El destino de todo texto

El destino de todo texto
Aldous Huxley "Si uno es diferente, está condenado a la soledad"

martes, 11 de septiembre de 2018

Breve historia de un país que no produce ideas

"A mi me joden por mis ideas, pero esto presupone una cosa tío, que yo tengo ideas"
Mariano Rajoy


En un país que no produce ideas, te cobrarán hasta la última gota de agua, el dólar por una porción del subsuelo líquido y lo que es de todos te valdrá lo que en ningún lado, porque a muchos no se les ocurre más que comerciar con lo que no tiene precio.
En un país que no produce ideas, diez personas te llevarán una papa a la boca, quince intermediarios acariciarán una piña antes de que llegue a tu mesa y el que menos ganará es el que la ha cultivado, porque a nadie se le ocurre qué más hacer sino entorpecer lo que es en esencia simple: llevarse una papa a la boca.
En un país que no produce ideas, lo común será extraordinario, las referencias simples un recuerdo; así, un yogurt no es yogurt sino una bebida lácteo tipo yogurt, una vivienda no es una casa o un apartamento, sino una solución de vivienda, un  espacio fraccionado hasta hacerse invivible, porque el poco ingenio se agota en estirar lo que producen quienes producen.
En un país que no produce ideas, impera la gente práctica que nunca piensa en lo que no existe, porque es práctica. Toda idea fuera de lo común será coronada como incompetente porque lo único que todo el mundo sabe es estar en el mismo sitio y pensar los mismos pensamientos, aunque se añore y se alabe el ingenio como valor supremo.

En un país que no produce ideas, lo más común es que vivamos pendientes de lo que dice uno solo que nos ha atrapado en los ángulos de sus conceptos, que parecieran inevitables porque se cree que lo más valioso por encima de la incertidumbre de la inteligencia es la certidumbre del poder.
En un país que no produce ideas, el que produce ideas será esclavo del que no las produce porque el que las puede concebir tendrá su mente ocupada creando, dudando y sirviendo a la causa ardua del pensar, mientras que el que no las produce no hace más que maquinar para tomar lo que no ha concebido.
En un país que no produce ideas, el que piensa es sospechoso -aunque mantenga todo el endeble edificio- porque no vende, y tiene la sensatez de no anunciarse a sí mismo como mercancía. El que piensa incurre en ese molesto acto de producir lo que sirve, mientras los demás producen “verdadero valor”.
En un país que no produce ideas, los niños trabajarán mientras los adultos andan desempleados porque a la astucia, que a menudo se confunde con inteligencia, se le ocurrió que con ello podría hacer el doble bien de favorecer al niño y ahorrarse un importe.
En un país que no produce ideas, los de poco talento prosperarán, y multiplicarán lo que tienen porque todo el tiempo hacen, mientras que el pensador duda. Un mundo así es el suyo y se acomodarán al sistema como la pieza faltante de un rompecabezas, mientras que el que piensa siempre será inadecuado y desadaptado, porque la duda no ofrece la visión edulcorada del feliz encaje de las soluciones simples.
En un país que no produce ideas, pretender que las cosas sirvan sus propósitos es rebeldía. Así, el colegio no educa, los restaurantes no nutren, la medicina no cura y la vida es un triste remedo de lo que podría ser. En un país que no produce ideas, las personas se dedicarán a crear toda clase de monstruosos insumos, estructuras increíbles para que las ideas asciendan hasta una sola persona que no las tiene ni las ha gestado.
Si no pensar implica una voraz reducción al absurdo, si arruina nuestra vida: ¿por qué no aprender a producir ideas? ¿Acaso no resulta más "económico"?