El destino de todo texto

El destino de todo texto
Aldous Huxley "Si uno es diferente, está condenado a la soledad"

viernes, 26 de julio de 2019

Un país narrado, pero no leído


 Este escrito apareció originalmente en Arcadia el 22 de mayo de 2015, pero a pesar de no ser dueños de los derechos no está abierto al público. Acá va gratis


(Una idea para estimular la lectura en Colombia)

En Dallas, Texas, si un chico en edad escolar no está leyendo, la ONG Earning by Learning se ofrece a “estimularlo” con dos dólares por libro consumido. De hecho, un estudiante que mejora su rendimiento se puede llevar a casa en un mes no solo la satisfacción del conocimiento sino entre 400 y 1.000 dólares. Según sus proponentes, el programa ha “funcionado”: sus beneficiados han mejorado en lo que los americanos consideran es la comprensión de lectura, por no mencionar que para 2010 ya había convertido en felices “clientes” a 77 mil de ellos.
Estas son cosas de los americanos que aman resolver todo echando mano de la billetera, se dirá. Pero en Colombia no estamos muy lejos, sólo que le hemos puesto más “lúdica” al asunto, para que el soborno tenga un sabor pedagógico. Entre todas las estrategias que se han considerado para estimular la lectura está la de poner al país a leer un libro que se evaluará por preguntas semanales que prometen premios, un absurdo reality que engrosa los números sin lograr crear lectores en un país en el cual el sector público ama las “soluciones”.
Pero nuestra situación en materia de lectura se merece más que una solución. Considérese la disminución de la población lectora de libros. En Colombia, desde el 2010 se muestran cifras que van en caída; las mayores disminuciones se dan en los estratos 0 a 2 que en el período de 2010 a 2012 han perdido 11,2 % de sus lectores y en el estrato 4, la clase media, que en el mismo período se desploma la pasmosa suma de 21,3 puntos porcentuales, pasando de 73,5% de personas que leen libros en 2010 a 52,2% por ciento en 2012. Si bien es cierto que la disminución se ha debido en parte a la existencia de otros medios de lectura posibilitados por plataformas digitales, también se constata una simple tendencia a no leer. La clase media que ha ganado acceso a la educación superior, al parecer ha logrado resistirse a la lectura. Según una investigación adelantada por Colciencias en 2012, el 82% de los universitarios tiene como principal fuente de lectura los apuntes de clase; el 80% (los grupos no son excluyentes) tiene como segunda fuente de lectura lo que deja el profesor –fotocopias, fragmentos de textos- y sólo el 72% de ellos tiene la costumbre de “leer libros”. No alcanza a ser uno de cada tres los que “leen literatura” y aún así la leen ‘para otros’ porque los estudiantes entrevistados coinciden en que es deber del profesor resaltar los pasajes de interés.

¿Por qué hemos llegado a una situación en la cual el estímulo a la lectura se asemeja a una prima laboral, o a un absurdo reality…e incluso en la universidad nos resistimos a la tarea de leer? ¿En qué estamos fallando en nuestros intentos por estimular la lectura, –promoción, incentivación, llámese como se quiera al esfuerzo por acercar lectores a los textos–? Creo que estas preguntas señalan la necesidad de plantearnos una indagación que no nos hemos hecho antes de plantear un programa consistente: ¿Qué papel juega la lectura en nuestras vidas?
Qué sarta de propósitos se han asociado a la lectura…hasta ahora pareciera que una de las mayores preocupaciones nacidas de nuestros índices se refiere a qué tantos libros hemos dejado de comprar. No hay que olvidar que varias de las organizaciones que tienen por objeto estimular la lectura fueron creadas por el sector editorial. Pero no se debe uno engañar, una cosa son los índices de ventas de libros y otra los de lectura; para un país que lee tan poco, Colombia produce y vende una cantidad asombrosa de libros. Prueba de ello es la desproporción que existe entre el tamaño de nuestra industria editorial y nuestra propensión a leer. Mi punto definitivamente va en otra dirección; no hemos pensado el problema del estímulo a la lectura en donde realmente duele…de cara a la educación y el desarrollo personal.
No ha de ser ningún tipo de revelación afirmar que grupos de interés religioso y político le han adjudicado a la lectura la tarea de convertir a un lector en un fiel o en un votante. Bajo esta visión, leer nos hace mejores cristianos o ciudadanos. Es parte de una tradición que asume la lectura como una práctica moralizante, la idea tan común en Colombia de que el saber tiene una misión salvífica. Pero esa idea ha sido funesta no sólo como estrategia pedagógica, sino que es justamente uno de los elementos del desastre; ¿cuántas personas no odian la filosofía o la literatura porque en el colegio un “curita” se las metió por la nariz? Por mi parte no me cabe duda de que no soporto la historia de Colombia por la manera patriotera y cívicamente edificante en que me la tuve que memorizar como si viniese escrita en una moneda. De hecho mi propuesta va en sentido contrario: parte de la premisa de dejar de ver en la lectura algo que mágicamente proyectará en la mente del lector un código moral. La Ilustración de los siglos XVII y XVIII nos entregó esta profecía de manera más bien acrítica y sobre ella se han fundamentado casi todos los programas que enfatizan la deseabilidad del saber: la matemática nos hace más armónicos, la filosofía más éticos y la literatura mejores personas. Pero si algo ha sido falaz es suponer que la corrección de la conducta se sigue de la propensión a leer…o del cultivo del saber. Cualquiera que conozca las cárceles en Colombia verá que ellas están llenas de lectores y “humanistas”. 
Es preciso comenzar a concebir otras funciones que la lectura puede desempeñar en nuestras vidas. No basta que en materia de lectura tengamos la condescendencia de permitir a los niños leer textos que ‘narran sus propias experiencias’. El problema es más complejo; intentamos impulsar una tradición literaria que enfatiza la identidad de la voz propia entre una generación –la así llamada Millenial- que al decir del ensayista George Steiner en su deleitable El Castillo de Barba Azul, prefiere los saberes colectivos que no conducen a establecer una identidad diferenciada. Es por ello que suelen ver en la actividad intelectual fundada en la palabra un código sospechoso e individualizante. La lucha de los Millenials es contra el carácter único, contra tener que llegar al punto de afirmarse. A eso súmesele el general agotamiento en nuestro tiempo de experiencias sobrecogedoras, de programas que quieren montar gente en el vagón. Es tiempo de admitir que la cantidad de experiencias que diseñamos para los deseados lectores simplemente no los tocan.
El premio Nobel de economía Amartya Sen en La Idea de la Justicia y la filósofa Martha Nussbaum en Sin fines de lucro han puesto recientemente sobre la mesa una serie de ideas que mucho tienen que decir acá. Sitúan el estímulo a la lectura en el plano de un problema más amplio: el de las capacidades. No se trata de entender la lectura sólo como una destreza. En efecto, entienden por habilidad no el manido concepto de “skill”, refrito sin crítica por el Ministerio de Educación como “competencia”, sino algo mucho más comprensivo; no la gama de potencialidades que hacen que una persona termine por hacer realmente lo que termina por hacer, sino aquellas que la abren a todo lo que es capaz de hacer, elija o no aprovechar esa oportunidad. Así, el cultivo de una capacidad conduce a preparar a un individuo para la vida que puede vivir, no solo para la que le tocó vivir.
Por un momento concíbase le lectura como una capacidad en este sentido. El libro le permite al lector digerir experiencias que nunca tuvo o podrá tener, ser tocado por vidas de las que nunca será su poseedor. Esa potencialidad que nos abre a realidades no vividas no se limita a ser enriquecedor en un plano personal, sino que tiene una dimensión política ya que hace que el acto de leer se asemeje a un derecho. En efecto, los derechos versan sobre el espectro de lo posible en nuestras vidas. Aprender a leer en esta perspectiva es educar para la democracia según la bella reflexión de Nussbaum. La experiencia misma de leer, lo que sucede en la práctica del lector a medida que avanza por un texto, es importante porque es lo que mejor emula la vida: 
«¿Qué le sucede a un lector a medida que lee? ¿Cómo diversas obras le dan forma a su deseo e imaginación nutriendo durante el tiempo gastado en la lectura misma una vida que es o bien rica o empobrecida, complejamente centrada o negligente, con forma o amorfa, amorosa o fría?» pregunta Nussbaum. 
Lo inadecuado de la experiencia tejana es que hace de la lectura una práctica corta en el sentido de las potencialidades; pagar por desplegar una capacidad es totalizar sólo una faceta de nuestra existencia. Nos pagan una prima en el trabajo, pero no tiene sentido que nos paguen por jugar, por ejemplo. No queremos crear lectores incapaces de ver su actividad como un fin en sí mismo, no queremos formar lectores a cualquier precio. 
El enfoque de las capacidades implica también, en ese orden, que no se estimula la lectura para cosa alguna. Podremos incitar capacidades que nunca se llegarán a ejercitar o a necesitar. Uno de los altos precios que se paga luego de años de educación técnica es que habilidades que no son conducentes a mejorar una “competencia” específica perecen. No sorprende que la capacidad de leer haya sido la primera decapitada; de ella no ha de esperarse un punto en el PIB. Deseamos mejores lectores porque preferimos, como me fue señalado por Claudia Rodríguez de Fundalectura, contar con ciudadanos capaces de decir lo que quieren decir en el momento en que lo quieren decir y de la manera en que lo quieren decir. Y en efecto, la necesidad de leer debe poder afirmarse como un fin; el poeta ruso Joseph Brodsky, premio Nobel de literatura, decía que si el lenguaje es lo que nos distingue de las demás especies y si la literatura es un tipo de lenguaje muy especial, nuestro ejercicio como escritores y como lectores no es un hobbie casual, sino un fin de la especie.
¿Irremediablemente romántico? Vivimos en épocas en las que todo lo que no está diseñado como solución lo es. Pero hágase la pregunta del filósofo Alasdair MacIntyre, que viene totalmente al caso: ¿en qué mundo preferiría vivir? ¿En uno en que una persona que así lo desee puede acceder a las altas esferas de la cultura por medio de los instrumentos que la humanidad ha ideado para ello o uno en la que esto no es posible porque las potencialidades necesarias para ello se han obliterado?
Al poner la lectura en el plano de la dignidad humana, se dirá, no solo la hemos puesto en un plano discutible, la hemos convertido en algo  inalcanzable. ¿Cómo logramos que los lectores quieran recorrer ese camino, si vivir una vida digna no es obligatorio? Y en efecto no lo es; ser lector no tiene obligatoriedad. Pero no por ello no es altamente posible o deseable. He acá el punto nuclear: no lograremos como sociedad acercar lectores a los textos hasta que no hayamos incorporado en nuestras vidas al lector como un modelo que se despliega en el espectro de nuestras posibilidades.
Si algo se hace patente en Colombia es que en materia de acceso a los libros, hemos andado un camino enorme. Un niño que quiera tener un libro en sus manos, así sea a través de un préstamo bibliotecario en un rincón apartado, tiene un alto chance de que así sea. Examínese la juiciosa reflexión del historiador Jorge Orlando Melo sobre las bibliotecas públicas. El siguiente reto es que lo abra, y en ello hemos avanzado poco. Colombia sigue siendo un país que si bien se ha narrado, no se ha leído. Muchas sociedades cuentan el tener lectores como un patrimonio trabajado. Pero también se ha logrado esta reivindicación de una manera indirecta, al reconocer y promover figuras respetables que son lectores. Considérese si los geeks de The Big Bang Theory no han hecho más por reivindicar la respetabilidad de la figura del que estudia que toda una campaña de, digamos, futbolistas recitando versos. Los niños no son tontos; la adecuación de las figuras que elijamos como lectores respetables implica que escojamos personas que han desplegado su potencial como lectores. En Colombia carecemos de tales modelos y no estamos conscientes del vínculo entre ellos y el cultivo de algunas capacidades.  
Este punto me parece crucial; estimular la lectura tiene que ver con crear un ambiente amigable para los nichos emotivos que la hacen posible; la introversión, el gusto ecléctico. El amor a la lectura es tan incomprensible para algunos niños, que según testimonio de maestros de escuela de Antioquia que reuní hace dos años, es común decir que la lectura enloquece. En algunos casos estamos hablando de largas tradiciones que ven en la lectura una desusada excentricidad. Si esas tradiciones son inexpugnables, los modelos de lectores tendrán que elegirlas a ellas: si leer enloquece, quizá convenga un poco de locura en nuestras vidas.



martes, 5 de marzo de 2019

La Esperanza del Pasado


(Un obituario para mi madre en sus 24 años de ausencia; para mi padre en sus cuatro meses)

Ahora, todo parece haber quedado atrás: ese viaje a la costa en un Renault 9 blanco, cómo pasamos horas en Valdivia, Antioquia a la espera de desvararnos, la manera en que mi papá, lo recordaba María Claudia, sacaba la mano por la ventana para jugar a elevarse con el viento y en un momento único de la vida cantó con toda inspiración esa canción de Fausto que adoraba o de Tania Libertad –no lo recuerdo- de quien advirtió como un hecho que era la mejor cantante del mundo.

Ya no hay un apartamento en la calle 80 n. 7-04 que sea el 302, al menos no en el que vivimos, me señalaba Andrés. Todo parece ahora un momento detenido; nosotros, nuestras vidas. Yo me incluyo porque vivo más en ese pasado que en el ahora. Llevo años renunciando al tiempo, dejando pasar las horas con un sueño irracional de que todo volverá. Para mí, vivir en el ahora es la deslealtad y la renuncia, no en ese pasado en el que fuimos felices por ratos, en el que nos quisimos, en el que toleraste toda clase de estupideces que se formularon al comienzo de la vida como un preámbulo. ¿Un preámbulo a qué? Ahora lo siento con claridad; a la disolución. No lo digo con la voz amarga, sino con esa sensación extraña que se parece a una esperanza que se fija en el pasado. Toda vida es la expectativa de la nada que es la muerte, y sin embargo en esa espera se da todo; las penas, los sueños, las noches en vela y el amor.
Mi padre…¿quién lo conocía más que tú? Sus pequeñeces, su mezquindad ocasional, su egoísmo salido del mismo patio en donde debió compartir el triciclo, la fruta robada de los árboles de su abuelo, la vida. Y al tiempo su sinceridad de roble, su incapacidad de tolerar las imposturas, su sencillez de paisa, de copa y de tienda. Recuerda la forma en la que anduvo de carriel cuando compró su finca, caminando por ahí sin mucho que hacer, con un tabaco en la boca y un sombrero que nunca le cuadró. Y más joven, recuerda sus intentos de ser distinto por ser serio, su gabardina, la forma silenciosa y orgullosa en que te amó como a nadie. Esas cosas parecen tejer la vida; ¿recuerdas cómo se dormía al son de unos aguardientes con la aguja del tornamesa en alguna nota de Leo Marini? Cómo olvidar que al intentar silenciar su fiesta solitaria parecía volver a la vida por medio de una pócima para advertir que nadie le tocara ese disco, con la palabra que nos ha hecho reír por años y que le hemos enseñado ya deformada a nuestros hijos: ¡muhiquita!”
Fue sincero y leal como ninguno, y aún así fabricó el final de su vida contra viento y marea, contra nosotros, para que fuera en algo como el comienzo.
Recuerdo esta escena, cuando ya estabas moribunda, en la que se arrodilló al lado de tu cama y con la única mano que podías mover parecías consolarlo acariciándole suavemente la cabeza. Yo entré al cuarto. No intentaron esconderlo, como cuando de pequeños entrábamos a la alcoba y los sorprendíamos en ese ritmo loco del amor que no comprendíamos. Lo seguiste acariciando lento, sin expresión en tu rostro, como confiriéndole un poder,  como perdonándolo por todo. Y ahora lo entiendo…como dando fin a esos días que fueron tu vida, y con ello a nuestra historia juntos.  Esa lid de pedir consuelo cuando tu morías, esa capacidad tuya de darlo en ese momento, ese era nuestro amor, que lo diste todo tu, que lo inventaste. Era el amor de las comodidades más básicas, el de tu casa, el de tu familia; el del mercado en el que nada nos faltara, el de las horas de café y cigarrillo, el de la posibilidad de contártelo todo cuando todo era secreto y culposo y mortal. Era el amor de nuestra familia. Y ahora no sé qué hacer sin él, ahora que la vida parece haber devenido una cinta ocre que relamemos en busca del sabor del ayer.
La nostalgia es una sensación que te podría matar. Pega con tanta fuerza como la muerte, el estruendo en el pecho; la ominosa sensación de que el futuro no podrá impactarnos de nuevo con lo que hemos amado. No lo había considerado hasta la redacción de estas palabras, pero tu presente, el de mi padre, el de la familia, el del apartamento de la 80 es mi presente. Y por ello todo se me hace absurdo, cada paso que doy, la sed y el hambre, el gris del cielo, las palomas, la lluvia y yo mismo atrapado en el pasado.


Soy un ridículo albacea de algo que ya no existe, lo sé; de una realidad que nunca se volverá a dar entre todas las combinaciones posibles de estados en este mundo. Yo debería conocer la deslealtad porque le he predicado como ninguno. Pero tu máquina de coser la tengo ante mi a diario; me doy cuenta que no puedo guardar nada en ella aunque me estorba. El viejo Trans-Oceanic de mi papá, que ahora se suma, no me atrevo a abrirlo, con sus chirridos de hertzios y sus ondas moduladas de una época en la que las únicas capaces de cruzar el imponente océano eran las voces de los solitarios que se saludaban de un continente a otro por ninguna razón. 


¿Alguna vez imaginamos que las cosas nos sobrevivirán como grises fotogramas de un filme que se repite y se proyecta en la memoria y al que asistimos una y otra vez? 

martes, 26 de febrero de 2019

Por qué abandoné la filosofía académica


Una breve excursión por el mundo de la filosofía que se hace en la universidad...y por qué se trata de un ejercicio poco saludable
(Este artículo es el mismo que Scribd y Arcadia publican bajo el título "Contra la Filosofía de Salón" y que no dejan leer sin pagar...acá va gratis)

Fui filósofo académico por mas de 20 años, publiqué en revistas sin lectores pero indexadas, le recomendé a los estudiantes ser rigurosos antes que creativos, insistí rabioso que el pensamiento filosófico se agotaba en unos pocos problemas técnicos que en ningún sentido debían injerir sobre la felicidad del pensador. Para parafrasear los síntomas que Fernando Savater identifica con la estupidez, lo hice poseído por un espíritu de seriedad, portador de una alta misión, constantemente temeroso de los otros, impaciente ante la realidad (cuyas deficiencias son vistas como ofensas personales o parte de una conspiración), con mayor respeto a los títulos que a la sensatez o fuerza de los argumentos, propenso a olvidar los límites de la acción, de la razón, de la discusión en pos del vértigo intoxicador del propio carácter. En alguna parte de su autobiografía intelectual Búsqueda sin Termino, el filósofo de la ciencia Karl Popper afirma que sentía vergüenza de decir que era filósofo.

Cuando miro para atrás, me pregunto cómo pude haber creído con tanta convicción que ese mobiliario mental era el único que llevaba a pensar significativamente. Pero no se me entienda mal; para mí la filosofía aún es poseedora de lo que Bertrand Russell le endilgaba a la lógica, una belleza fría y austera, a la vez profunda y sobrecogedora. Quién ha pasado por la filosofía sabe que le debe toda su capacidad de penetrar en los problemas por medio de argumentos, de darles la vuelta y hacerlos girar sobre sí mismos como una tortilla sobre un sartén en donde los demás sólo se saben atragantar. Alejarse de ella ha sido un proceso doloroso y gradual, no una conversión cínica marcada por imposturas intelectuales. En realidad no me he alejado de la filosofía, sino de una cierta forma de hacer filosofía; la filosofía académica. He dejado de ver en la filosofía académica una ocupación lo suficientemente valiosa como para transmitir la fuerza de la disciplina de la que se cree poseedora.  Y sobre todo la he dejado de ver como un ejercicio intelectual. Creo que es difícil negar que la forma en que estamos haciendo filosofía ha privado a este capítulo del saber de su fuerza y de su encanto.
Si he de transmitirle correctamente al lector los motivos de mi decisión, será preciso que le muestre desde adentro las dificultades que enmarcan el ejercicio de la filosofía académica.
Comencemos por lo que me parece más obvio, los problemas inherentes al tipo de filosofía que hacemos. En su autobiografía intelectual, Rudolf Carnap anotaba una de las tendencias que consideraba más perjudiciales para el desarrollo el pensamiento filosófico, lo que el llama el neutralismo histórico. Recordaba una tesis doctoral en que un estudiante había escrito un estudio histórico de una conocida prueba de la existencia de Dios, la prueba ontológica que se le atribuye a Anselmo de Canterbury: si Dios es el ser que tiene todos los atributos positivos, bondad, justicia, ha de tener también el de la existencia, de donde se llega a la conclusión de que Dios existe. El problema que señala Carnap estriba en que “en su opinión [la del estudiante], como en la de algunos de mis colegas, la prueba ontológica no sólo tenía importancia histórica –lo cual está fuera de duda- sino que también representaba un problema que aún debía considerarse seriamente”
Había ignorado que Kant mostró que la existencia no es algo que prediquemos. Es como si nos sentáramos a considerar sesudamente si la Tierra puede ser plana. El ambiente intelectual de las facultades de filosofía en Colombia hoy parece coincidir con el que Carnap describe sobre la Universidad de Chicago hace 100 años en donde se formaba en el estudio de las fuentes, con un respeto reverencial por el papel que un pensador había jugado la historia. Los currículos de filosofía aún están armados de esta manera: Presocráticos, Platón, Aristóteles etc. Cada pensador se enfoca como parte de una historia que termina y estuvo encaminada desde el comienzo para terminar en el filósofo sobre el cual uno diserta: Hegel, Heidegger, Marx. Se trata de una visión historicista y que me gustaría denominar siguiendo una expresión del famoso comandante de las fabelas de Río, Marcos Camacho, infectada con el vicio del humanismo.
En Colombia, el vicio del humanismo contrajo matrimonio con lo que la primera generación de filósofos profesionales llamaron una ‘filosofía concreta’, inspirada en ideas de Hegel y sobre todo de Martin Heidegger. No hace falta que algún experto me recuerde la aversión de Heidegger contra el humanismo…en Colombia la hemos obviado. Me inicié en la filosofía con un texto de  Heidegger. El primer martillazo en la cabeza no era lo que debió ser, sino la aterradora exposición a lenguajes ‘concretos’ como este:
«Sólo debe ser investigado Lo-que–está-Siendo y por lo demás –nada; Lo-que –está-Siendo solamente  y –nada más. ¿Cuál es la situación en torno a esta Nada? […] La nada misma nadea
No le podré describir al lector la indignación que causa entre los seguidores de un pensador exponerlo de la manera en que lo hago. Pero cómo negar que se requiere de una buena dosis de deformación profesional para ver en una afirmación así algo significativo, coherente y que uno está dispuesto a defender.
Los tres pilares sobre los que se apoya ese “humanismo concreto”, si se me permite el eufemismo, son absolutamente perniciosos para hacer de la filosofía una herramienta propicia para pensar algo que no sea la filosofía. Por un lado, el pensar no se hace para cosa alguna, en segundo lugar la filosofía es obligatoria y en tercer lugar, un punto indisolublemente asociado con los dos anteriores, la filosofía permite desarrollar una visión de mundo que es más que la del técnico o el científico. Afirmaba el filósofo romántico Schiller que el materialista nació para ser esclavo mientras que el idealista nació para ser libre.
Esta visión y otras como ella han moldeado el perfil que ha tomado la filosofía y su enseñanza en nuestro medio, cerrando de entrada las posibilidades de relación de la filosofía con otros saberes. El humanismo concreto le imponía a la filosofía una visión específicamente filosófica; el filósofo debía desarrollar lo que los románticos alemanes llamaron una weltanschaung. La filosofía que hacemos está impregnada de ello; implica desarrollar una mirada pura, exclusiva y sobre todo, así de dientes para afuera se diga otra cosa, que no se debe contaminar con otras minucias de la vida, como el sufrimiento humano, la felicidad o el sexo. En un departamento de filosofía uno estudia lo que Platón dijo sobre el amor, no el amor a través de Platón. Paradójicamente, en contra de toda la traición Platónica y socrática en la cual la filosofía formaba parte del enorme poder sugestivo y educador de la ciudad, la filosofía actual no se puede mencionar al mismo tiempo con términos como “oferta cultural”…No me extraña que de los seis filósofos que invité a participar en este debate, sólo uno se interesó en hablar conmigo. Someter a debate el papel de la filosofía en Colombia en un revista como esta, simplemente es algo baladí que no impacta en sus currículos.
Las universidades han jugado un rol preponderante en esta historia: no vale en su escalafón profesional que un pensador publique en una revista para el público general. Las formas de volver a trascendentalismos pseudo-románticos es compleja, pero está viva. Si hemos de entender cómo la filosofía académica ha deformado su disciplina hay que mirar brevemente la historia de estas instituciones educativas. Cuando Darwin regresó de su excursión por las islas Galápagos, se reportó no ante una universidad sino ante la Sociedad Geológica Real; en el siglo XIX eran los institutos los que adelantaban la investigación. La universidad, que Von Humboldt definió como un grupo de personas que se unían en torno a  la peculiar vida espiritual del saber, apenas si eran notorias. Según el filósofo AC Grayling, fue en Alemania en donde las dos figuras, la del instituto y la universidad, se unirían…primero en La Haye y luego en Berlín. El nuevo modelo tuvo ventajas: ¿cómo concebir la educación sin investigación y esta sin la anterior? Se exportó a las universidades inglesas, de estas a las americanas, de allí al resto del mundo. El problema es que con el matrimonio docencia-investigación, la idea de Von Humboldt de la universidad estructurada en torno a la vida espiritual de sus participantes no sobrevivió. Cualquiera con las credenciales para investigar lo podía hacer, independientemente de su pericia, pertinencia o habilidad. La afirmación del filósofo G.E. Moore cuando debió revisar la tesis doctoral de Wittgenstein, el famoso filósofo austriaco que se dedicó a la jardinería luego de haber renunciado a una plaza en Cambridge, pone en evidencia la partición que ya se daba entre el pensamiento y la vida académica: “Esta es la obra de un genio, pero por lo demás, cumple con los requisitos para obtener el título”.
En la universidad Colombiana, que hasta hace poco asumió el modelo de del siglo XIX, la situación fue desastrosa. Las universidades evalúan a sus filósofos con base en cuántos papers ha publicado, cuantas veces se ha citado. Para ser leído o citado lo menos efectivo es la producción de textos escritos para los estudiantes que se inician en la disciplina. En un medio que no cuenta con tradición investigativa, las entidades de acreditación han favorecido la ‘investigación de punta’. Así, las universidades invierten en proyectos alejados de la vida académica en los cuales los ‘números’ con que se evalúan a sus ‘investigadores de punta’ salgan a relucir. ¿De dónde se exprime el “jugo” para financiar esta investigación? De las clases, de tal manera que la enseñanza se ve doblemente afectada en tanto que se le priva de recursos, destinando fondos a una actividad que no la retroalimenta. Fui profesor de los Andes por más de 17 años, el lector se quedará atónito de descubrir que en la universidad más costosa del país fueron muchas las veces que conté con cursos de más de 125 alumnos. Las ventajas de las instituciones que combinan investigación y docencia se rinden obsoletas; la academia con  gran ingenio colombiano se ha ideado la forma de batir el jugo sin revolverlo, desarrollando habilidad para aprobar procesos de acreditación sin hacer lo que demandan los procesos de acreditación.  Bryan Magee, el divulgador filosófico de la BBC y conocedor de la obra de Schpenhauer en un artículo titulado Sentido y Sinsentido lo explica así:
“Esperar que los profesores universitarios de filosofía sean también buenos filósofos sería cometer el error de pretender que todos los profesores universitarios de literatura también sean buenos novelistas. […] Sin embargo en estos días en que quien no publica perece, ¿cómo hace el resto para prosperar en sus carreras? Pueden escribir sobre la obra de otros filósofos y ese es el camino que muchos toman. Si se inclinan a producir ideas originales, pueden escoger un área que no haya sido muy trabajada en donde casi cualquier cosa que digan se convierta en una contribución”.
Pensar que se forma en filosofía creando personas capaces de  publicar en revistas indexadas es tanto como creer que haciendo cantar a los grillos se pone el sol.
A lo que apunta Magee es a un problema en la academia mundial, que es la hiperespecialización. Así, en Colombia no es extraño encontrar filósofos que el credo de filósofos románticos del siglo XIX como si fueran la verdad revelada o a demostrar que en la teoría de las ideas de Platón en realidad no hay una teoría de las ideas. Conocí filósofos de inspiración religiosa que se aprendían Foucault literalmente de memoria. Las opciones para un académico que se inicia son claras, o la oscuridad o la especificidad; nada de contribuir a formar en filosofía o cualquier otra disciplina desde los rudimentos. Es por ello que no tenemos en filosofía divulgadores. A las universidades no les interesa esta figura: esta cosa etérea y difusa llamada conocimiento es de su incumbencia tanto como lo es la nutrición a los restaurantes. George Orwell en 1984 solía decir que entendía el cómo de un absurdo, pero no el por qué. El que crea que la academia es el último eslabón de un grupo de personas racionales y honestas dispuestas a sacrificar su vida por el conocimiento con terquedad socrática está dispuesto para una sorpresa.


Claro que el humanismo concreto no es la única forma de filosofía que hacemos; existen dos grandes tradiciones en la disciplina. Solía explicarle este punto a los estudiantes mostrándoles la Escuela de Atenas de Rafael. En la mitad de este cuadro, Aristóteles y Platón aparecen de cara al espectador; el último señala el cielo, Aristóteles parece hacer un gesto que abarca el planisferio del mundo, un recordatorio de que el mundo es este, y la filosofía es de este reino. En Colombia hay una corta pero persistente tradición de esa segunda filosofía. Claro, no es sólo Aristóteles, los americanos han desarrollado una visión semejante desde hace años gracias a su influencia pragmática enriquecida por pensadores que tuvieron que abandonar Europa durante la persecución de los nazis. Richard Rorty, uno de los herederos más notorios sostiene cosas tan sensatas como la siguiente:
“Dentro de una cultura literaria, la religión y la filosofía se presentan como géneros literarios. Como tal son opcionales. […] La diferencia entre las lecturas de los intelectuales literarios y otras lecturas de esos mismos libros es que el habitante de una cultura literaria trata los libros como un intento humano de satisfacer necesidades humanas en lugar del reconocimiento del poder de un ser que está más allá de esas necesidades
No hay nada específico de la formación filosófica que no haya en cualquier otra forma de aprendizaje literario. ¿Por qué iba a ser de otra manera? Al humanista concreto le duele profundamente reconocerse como parte de tal mundanidad…¡tú te leíste unos libros y yo otros! ¿Y acaso qué mas hay?¿La lectura de Kant forma una visión de mundo más específica y escrupulosa que la que pueda haber en un Dostoievski?¿Realmente los filósofos somos tan especiales e imprescindibles como nos creemos? La filosofía quizá no haya que pensarla como una materia, sino como una comunidad cuyos límites son tan fluidos como los intereses de sus miembros.
Este sin embargo es un camino que lo conduce a uno a través de la filosofía y de salida por ella. Wittgenstein sostenía en esa tesis que Moore revisó que quien hubiera comprendido ese libro debía arrojarlo. El filósofo de la ciencia Moritz Schlick afirmaba hace casi 100 años que la filosofía era una actividad, no un conjunto de teorías. Tal vez esos enunciados no estaban hechos para que nadie se los tomara tan en serio como para abandonar la filosofía académica; justamente lo que yo hice con aún otro ápice de inspiración a lo Savater. Todos sus enunciantes fueron en un momento filósofos académicos. Lo que sí es cierto es que con estas ideas se abre un panorama que no teníamos desde los tiempos de Bertrand Russell: volver a permitir que la filosofía se permee de la labor intelectual y se relacione con otros ámbitos del saber. Si la filosofía sólo fuera el humanismo concreto o un trabajo técnico consistente en un complejo conjunto de instrucciones para leerse a ella misma, para mí no tiene más interés que el que hay en una sugerencia emotiva o en un manual. El peligro de concebirla de esa manera es que le hemos dejado la ardua labor de pensar la realidad a quien no tiene un entrenamiento formal en conceptos y categorías; a los periodistas, a los pastores o peor aún, a los abogados.
Pero la filosofía tiene la enorme facultad intelectual de la honestidad radical, una que raya en la circularidad propia de la autoinmolación, porque para sostener todo esto, para decir lo que hemos dicho, todo el tiempo hemos estado haciendo filosofía. Claro, no de la que le resulta redituable a la academia.






jueves, 31 de enero de 2019

5 definiciones para mi diccionario de emociones


   Amor: el triunfo de la esperanza sobre el autoconocimiento


Asco: vértigo producido por el enorme atractivo que ejerce lo repugnante


Culpa: modo subjuntivo de la moral


 Inteligencia: una forma modificada de la emoción



  Nostalgia: el malestar de reconocer la imposibilidad de que el futuro nos impacte de nuevo con lo que ya hemos amado