El destino de todo texto

El destino de todo texto
Aldous Huxley "Si uno es diferente, está condenado a la soledad"

martes, 26 de febrero de 2019

Por qué abandoné la filosofía académica


Una breve excursión por el mundo de la filosofía que se hace en la universidad...y por qué se trata de un ejercicio poco saludable
(Este artículo es el mismo que Scribd y Arcadia publican bajo el título "Contra la Filosofía de Salón" y que no dejan leer sin pagar...acá va gratis)

Fui filósofo académico por mas de 20 años, publiqué en revistas sin lectores pero indexadas, le recomendé a los estudiantes ser rigurosos antes que creativos, insistí rabioso que el pensamiento filosófico se agotaba en unos pocos problemas técnicos que en ningún sentido debían injerir sobre la felicidad del pensador. Para parafrasear los síntomas que Fernando Savater identifica con la estupidez, lo hice poseído por un espíritu de seriedad, portador de una alta misión, constantemente temeroso de los otros, impaciente ante la realidad (cuyas deficiencias son vistas como ofensas personales o parte de una conspiración), con mayor respeto a los títulos que a la sensatez o fuerza de los argumentos, propenso a olvidar los límites de la acción, de la razón, de la discusión en pos del vértigo intoxicador del propio carácter. En alguna parte de su autobiografía intelectual Búsqueda sin Termino, el filósofo de la ciencia Karl Popper afirma que sentía vergüenza de decir que era filósofo.

Cuando miro para atrás, me pregunto cómo pude haber creído con tanta convicción que ese mobiliario mental era el único que llevaba a pensar significativamente. Pero no se me entienda mal; para mí la filosofía aún es poseedora de lo que Bertrand Russell le endilgaba a la lógica, una belleza fría y austera, a la vez profunda y sobrecogedora. Quién ha pasado por la filosofía sabe que le debe toda su capacidad de penetrar en los problemas por medio de argumentos, de darles la vuelta y hacerlos girar sobre sí mismos como una tortilla sobre un sartén en donde los demás sólo se saben atragantar. Alejarse de ella ha sido un proceso doloroso y gradual, no una conversión cínica marcada por imposturas intelectuales. En realidad no me he alejado de la filosofía, sino de una cierta forma de hacer filosofía; la filosofía académica. He dejado de ver en la filosofía académica una ocupación lo suficientemente valiosa como para transmitir la fuerza de la disciplina de la que se cree poseedora.  Y sobre todo la he dejado de ver como un ejercicio intelectual. Creo que es difícil negar que la forma en que estamos haciendo filosofía ha privado a este capítulo del saber de su fuerza y de su encanto.
Si he de transmitirle correctamente al lector los motivos de mi decisión, será preciso que le muestre desde adentro las dificultades que enmarcan el ejercicio de la filosofía académica.
Comencemos por lo que me parece más obvio, los problemas inherentes al tipo de filosofía que hacemos. En su autobiografía intelectual, Rudolf Carnap anotaba una de las tendencias que consideraba más perjudiciales para el desarrollo el pensamiento filosófico, lo que el llama el neutralismo histórico. Recordaba una tesis doctoral en que un estudiante había escrito un estudio histórico de una conocida prueba de la existencia de Dios, la prueba ontológica que se le atribuye a Anselmo de Canterbury: si Dios es el ser que tiene todos los atributos positivos, bondad, justicia, ha de tener también el de la existencia, de donde se llega a la conclusión de que Dios existe. El problema que señala Carnap estriba en que “en su opinión [la del estudiante], como en la de algunos de mis colegas, la prueba ontológica no sólo tenía importancia histórica –lo cual está fuera de duda- sino que también representaba un problema que aún debía considerarse seriamente”
Había ignorado que Kant mostró que la existencia no es algo que prediquemos. Es como si nos sentáramos a considerar sesudamente si la Tierra puede ser plana. El ambiente intelectual de las facultades de filosofía en Colombia hoy parece coincidir con el que Carnap describe sobre la Universidad de Chicago hace 100 años en donde se formaba en el estudio de las fuentes, con un respeto reverencial por el papel que un pensador había jugado la historia. Los currículos de filosofía aún están armados de esta manera: Presocráticos, Platón, Aristóteles etc. Cada pensador se enfoca como parte de una historia que termina y estuvo encaminada desde el comienzo para terminar en el filósofo sobre el cual uno diserta: Hegel, Heidegger, Marx. Se trata de una visión historicista y que me gustaría denominar siguiendo una expresión del famoso comandante de las fabelas de Río, Marcos Camacho, infectada con el vicio del humanismo.
En Colombia, el vicio del humanismo contrajo matrimonio con lo que la primera generación de filósofos profesionales llamaron una ‘filosofía concreta’, inspirada en ideas de Hegel y sobre todo de Martin Heidegger. No hace falta que algún experto me recuerde la aversión de Heidegger contra el humanismo…en Colombia la hemos obviado. Me inicié en la filosofía con un texto de  Heidegger. El primer martillazo en la cabeza no era lo que debió ser, sino la aterradora exposición a lenguajes ‘concretos’ como este:
«Sólo debe ser investigado Lo-que–está-Siendo y por lo demás –nada; Lo-que –está-Siendo solamente  y –nada más. ¿Cuál es la situación en torno a esta Nada? […] La nada misma nadea
No le podré describir al lector la indignación que causa entre los seguidores de un pensador exponerlo de la manera en que lo hago. Pero cómo negar que se requiere de una buena dosis de deformación profesional para ver en una afirmación así algo significativo, coherente y que uno está dispuesto a defender.
Los tres pilares sobre los que se apoya ese “humanismo concreto”, si se me permite el eufemismo, son absolutamente perniciosos para hacer de la filosofía una herramienta propicia para pensar algo que no sea la filosofía. Por un lado, el pensar no se hace para cosa alguna, en segundo lugar la filosofía es obligatoria y en tercer lugar, un punto indisolublemente asociado con los dos anteriores, la filosofía permite desarrollar una visión de mundo que es más que la del técnico o el científico. Afirmaba el filósofo romántico Schiller que el materialista nació para ser esclavo mientras que el idealista nació para ser libre.
Esta visión y otras como ella han moldeado el perfil que ha tomado la filosofía y su enseñanza en nuestro medio, cerrando de entrada las posibilidades de relación de la filosofía con otros saberes. El humanismo concreto le imponía a la filosofía una visión específicamente filosófica; el filósofo debía desarrollar lo que los románticos alemanes llamaron una weltanschaung. La filosofía que hacemos está impregnada de ello; implica desarrollar una mirada pura, exclusiva y sobre todo, así de dientes para afuera se diga otra cosa, que no se debe contaminar con otras minucias de la vida, como el sufrimiento humano, la felicidad o el sexo. En un departamento de filosofía uno estudia lo que Platón dijo sobre el amor, no el amor a través de Platón. Paradójicamente, en contra de toda la traición Platónica y socrática en la cual la filosofía formaba parte del enorme poder sugestivo y educador de la ciudad, la filosofía actual no se puede mencionar al mismo tiempo con términos como “oferta cultural”…No me extraña que de los seis filósofos que invité a participar en este debate, sólo uno se interesó en hablar conmigo. Someter a debate el papel de la filosofía en Colombia en un revista como esta, simplemente es algo baladí que no impacta en sus currículos.
Las universidades han jugado un rol preponderante en esta historia: no vale en su escalafón profesional que un pensador publique en una revista para el público general. Las formas de volver a trascendentalismos pseudo-románticos es compleja, pero está viva. Si hemos de entender cómo la filosofía académica ha deformado su disciplina hay que mirar brevemente la historia de estas instituciones educativas. Cuando Darwin regresó de su excursión por las islas Galápagos, se reportó no ante una universidad sino ante la Sociedad Geológica Real; en el siglo XIX eran los institutos los que adelantaban la investigación. La universidad, que Von Humboldt definió como un grupo de personas que se unían en torno a  la peculiar vida espiritual del saber, apenas si eran notorias. Según el filósofo AC Grayling, fue en Alemania en donde las dos figuras, la del instituto y la universidad, se unirían…primero en La Haye y luego en Berlín. El nuevo modelo tuvo ventajas: ¿cómo concebir la educación sin investigación y esta sin la anterior? Se exportó a las universidades inglesas, de estas a las americanas, de allí al resto del mundo. El problema es que con el matrimonio docencia-investigación, la idea de Von Humboldt de la universidad estructurada en torno a la vida espiritual de sus participantes no sobrevivió. Cualquiera con las credenciales para investigar lo podía hacer, independientemente de su pericia, pertinencia o habilidad. La afirmación del filósofo G.E. Moore cuando debió revisar la tesis doctoral de Wittgenstein, el famoso filósofo austriaco que se dedicó a la jardinería luego de haber renunciado a una plaza en Cambridge, pone en evidencia la partición que ya se daba entre el pensamiento y la vida académica: “Esta es la obra de un genio, pero por lo demás, cumple con los requisitos para obtener el título”.
En la universidad Colombiana, que hasta hace poco asumió el modelo de del siglo XIX, la situación fue desastrosa. Las universidades evalúan a sus filósofos con base en cuántos papers ha publicado, cuantas veces se ha citado. Para ser leído o citado lo menos efectivo es la producción de textos escritos para los estudiantes que se inician en la disciplina. En un medio que no cuenta con tradición investigativa, las entidades de acreditación han favorecido la ‘investigación de punta’. Así, las universidades invierten en proyectos alejados de la vida académica en los cuales los ‘números’ con que se evalúan a sus ‘investigadores de punta’ salgan a relucir. ¿De dónde se exprime el “jugo” para financiar esta investigación? De las clases, de tal manera que la enseñanza se ve doblemente afectada en tanto que se le priva de recursos, destinando fondos a una actividad que no la retroalimenta. Fui profesor de los Andes por más de 17 años, el lector se quedará atónito de descubrir que en la universidad más costosa del país fueron muchas las veces que conté con cursos de más de 125 alumnos. Las ventajas de las instituciones que combinan investigación y docencia se rinden obsoletas; la academia con  gran ingenio colombiano se ha ideado la forma de batir el jugo sin revolverlo, desarrollando habilidad para aprobar procesos de acreditación sin hacer lo que demandan los procesos de acreditación.  Bryan Magee, el divulgador filosófico de la BBC y conocedor de la obra de Schpenhauer en un artículo titulado Sentido y Sinsentido lo explica así:
“Esperar que los profesores universitarios de filosofía sean también buenos filósofos sería cometer el error de pretender que todos los profesores universitarios de literatura también sean buenos novelistas. […] Sin embargo en estos días en que quien no publica perece, ¿cómo hace el resto para prosperar en sus carreras? Pueden escribir sobre la obra de otros filósofos y ese es el camino que muchos toman. Si se inclinan a producir ideas originales, pueden escoger un área que no haya sido muy trabajada en donde casi cualquier cosa que digan se convierta en una contribución”.
Pensar que se forma en filosofía creando personas capaces de  publicar en revistas indexadas es tanto como creer que haciendo cantar a los grillos se pone el sol.
A lo que apunta Magee es a un problema en la academia mundial, que es la hiperespecialización. Así, en Colombia no es extraño encontrar filósofos que el credo de filósofos románticos del siglo XIX como si fueran la verdad revelada o a demostrar que en la teoría de las ideas de Platón en realidad no hay una teoría de las ideas. Conocí filósofos de inspiración religiosa que se aprendían Foucault literalmente de memoria. Las opciones para un académico que se inicia son claras, o la oscuridad o la especificidad; nada de contribuir a formar en filosofía o cualquier otra disciplina desde los rudimentos. Es por ello que no tenemos en filosofía divulgadores. A las universidades no les interesa esta figura: esta cosa etérea y difusa llamada conocimiento es de su incumbencia tanto como lo es la nutrición a los restaurantes. George Orwell en 1984 solía decir que entendía el cómo de un absurdo, pero no el por qué. El que crea que la academia es el último eslabón de un grupo de personas racionales y honestas dispuestas a sacrificar su vida por el conocimiento con terquedad socrática está dispuesto para una sorpresa.


Claro que el humanismo concreto no es la única forma de filosofía que hacemos; existen dos grandes tradiciones en la disciplina. Solía explicarle este punto a los estudiantes mostrándoles la Escuela de Atenas de Rafael. En la mitad de este cuadro, Aristóteles y Platón aparecen de cara al espectador; el último señala el cielo, Aristóteles parece hacer un gesto que abarca el planisferio del mundo, un recordatorio de que el mundo es este, y la filosofía es de este reino. En Colombia hay una corta pero persistente tradición de esa segunda filosofía. Claro, no es sólo Aristóteles, los americanos han desarrollado una visión semejante desde hace años gracias a su influencia pragmática enriquecida por pensadores que tuvieron que abandonar Europa durante la persecución de los nazis. Richard Rorty, uno de los herederos más notorios sostiene cosas tan sensatas como la siguiente:
“Dentro de una cultura literaria, la religión y la filosofía se presentan como géneros literarios. Como tal son opcionales. […] La diferencia entre las lecturas de los intelectuales literarios y otras lecturas de esos mismos libros es que el habitante de una cultura literaria trata los libros como un intento humano de satisfacer necesidades humanas en lugar del reconocimiento del poder de un ser que está más allá de esas necesidades
No hay nada específico de la formación filosófica que no haya en cualquier otra forma de aprendizaje literario. ¿Por qué iba a ser de otra manera? Al humanista concreto le duele profundamente reconocerse como parte de tal mundanidad…¡tú te leíste unos libros y yo otros! ¿Y acaso qué mas hay?¿La lectura de Kant forma una visión de mundo más específica y escrupulosa que la que pueda haber en un Dostoievski?¿Realmente los filósofos somos tan especiales e imprescindibles como nos creemos? La filosofía quizá no haya que pensarla como una materia, sino como una comunidad cuyos límites son tan fluidos como los intereses de sus miembros.
Este sin embargo es un camino que lo conduce a uno a través de la filosofía y de salida por ella. Wittgenstein sostenía en esa tesis que Moore revisó que quien hubiera comprendido ese libro debía arrojarlo. El filósofo de la ciencia Moritz Schlick afirmaba hace casi 100 años que la filosofía era una actividad, no un conjunto de teorías. Tal vez esos enunciados no estaban hechos para que nadie se los tomara tan en serio como para abandonar la filosofía académica; justamente lo que yo hice con aún otro ápice de inspiración a lo Savater. Todos sus enunciantes fueron en un momento filósofos académicos. Lo que sí es cierto es que con estas ideas se abre un panorama que no teníamos desde los tiempos de Bertrand Russell: volver a permitir que la filosofía se permee de la labor intelectual y se relacione con otros ámbitos del saber. Si la filosofía sólo fuera el humanismo concreto o un trabajo técnico consistente en un complejo conjunto de instrucciones para leerse a ella misma, para mí no tiene más interés que el que hay en una sugerencia emotiva o en un manual. El peligro de concebirla de esa manera es que le hemos dejado la ardua labor de pensar la realidad a quien no tiene un entrenamiento formal en conceptos y categorías; a los periodistas, a los pastores o peor aún, a los abogados.
Pero la filosofía tiene la enorme facultad intelectual de la honestidad radical, una que raya en la circularidad propia de la autoinmolación, porque para sostener todo esto, para decir lo que hemos dicho, todo el tiempo hemos estado haciendo filosofía. Claro, no de la que le resulta redituable a la academia.