(Obituario para mi madre Olguita en sus 19 años de ausencia)
Me viene a la memoria un
recuerdo tuyo manejando una camioneta Buick Station Wagon de 1975.
Ya
no vivimos en el Memorial Hospital. Nos hemos mudado a un conjunto de casas que
llevan el nombre de La Fontanay. No tienen nada de francesas. Son lo que los
americanos llaman Town Houses: un conjunto de viviendas en bloques, cuatro o
seis, como las hacían los protestantes en el siglo XVI. En un amplio terreno,
hay varios bloques. Cada familia vive en una privacidad custodiada, lo
suficiente para permitir el pecado y no tanto como para que otros no lo
constaten. Manejas por una larga avenida, Shelbyville Rd. que comienza en
ningún lugar y termina donde en un pequeño valle donde hay pocos locales y el
comercio se empieza a desvanecer, pero en su largo recorrido recto y monótono
pasa por el sitio en el que vivimos, los suburbios de Louisville Kentucky. Por
ella se llega a todas partes. El esquema de ciudad es el mismo también, al
igual que en el caso de las casas: la ciudad americana no se desarrolla como un
ser viviente, un núcleo circular o de vecindad a partir del cual se crece y se
expande. Sucede más bien que una línea crea a lado y lado un agregado, un ‘debree’ que
por la misma razón siempre será visto como un salirse de la norma recta, motivo
por el cual es labor constante de la policía intentar que vuelva a ser
una línea recta. En torno a la línea están las dos instituciones a las que los
americanos no les ponen artículo: Church, School (uno puede decir “I’m going to
School” ó “I’m going to Church”; es un error decir I’m going to the School” ó “I’m going to the Church” a menos de que uno quiera
especificar en particular a cuál). Si se requiere por algún motivo más “debree”
se expande la línea. También existe "The Mall", término que no me
cabe duda que en el transcurso de la vida de mi hija habrá perdido el
artículo determinado y podremos decir “I’m going to Mall”
Mi padre y tú se ven inadecuados para el lugar; de pelo muy
negro y con graves acentos que nunca enmendaron, todos piensan que son
Mexicanos. El bigote que entonces llevaba mi padre no ayudaba de ninguna manera
a disuadir la impresión. Dado que heredé los genes (y el nombre) de algún
bisabuelo paisa, mono y de ojos azules de Manizales, el médico Roberto
Jaramillo, yo me hubiera podido confundir con el gringo promedio, lo cual me
hubiera hecho la vida infinitamente más sencilla si la ventaja no me
hubiera sido arrebatada por tu ablasiva costumbre de bañarme todos los días y
por el conocimiento de mi extranjería por parte de mis profesores, hecho que
los motivaba a preguntarme cosas como si en mi casa se hacían tortillas. Muy
rápidamente comprendí que era más sencillo decir que sí a tener que explicar
que venía de un país llamado Colombia, lo cual hubiera sido comparable a
inventar todo un nuevo mundo a partir de la nada porque para entonces, como es
ahora, Colombia simplemente no existe para el promedio del americano común para
quien lo que hay debajo de Texas es un solo territorio de seres que aman las
piñatas, el soccer y los burros y que por algún motivo incomprensible se bañan
más de lo que debieran.
En la radio de la Buick suena ‘You
are the Sunshine of my Life’ de
Stevie Wonder; aunque pequeña te las arregla para que los pies con
chanclas toquen los pedales. No sólo llevas chanclas, no hubieras sido sorprendida
muerta sin tacones, así es que las chanclas son de plataforma alta.
Por alguna razón, la vida no era tan gris como en el Memorial
Hospital. Por un tiempo vivimos en un mundo de color, el sabor de los veranos
largos aún me llega a menudo –siento el olor casi como si lo pudiera saborear-,
el gusto amargo del cloro en los labios por la exposición prolongada a las
piscinas, la sensación de la piel quedada por el sol y el dolor agradable de
que me pasaras la mano por la espalda encima de las sábanas cuando en el verano
al fin se ponía el sol y en la noche dormíamos como poseídos.