El destino de todo texto

El destino de todo texto
Aldous Huxley "Si uno es diferente, está condenado a la soledad"

lunes, 28 de diciembre de 2015

29 Tips para Escritores

G.K. Chesterton, en un ventarrón (¿luego de haber perdido su sombrero?)
  1. "Don’t tell me the moon is shining; show me the glint of light on broken glass." – Anton Chekhov. Es infinitamente mejor decir: ‘Tras de sí no parecía siquiera dejar sus huellas’, a decir ‘Por la escalera bajaba una mujer desprovista de recursos’
  2. Escribir es como una caída libre controlada y propiciada…depende de nosotros sobrevivir, pero no está en nuestro poder. Es una de las cosas más difíciles de hacer
  3. Escribir consiste en borrar más que en teclear. Si te duele borrar: crea un archivo con la basura eliminada y guárdalo para siempre
  4. Escribir es como una cirugía o una terapia; estas perturbando la paz del lector y debe hacerse de la manera menos invasiva posible
  5. No te enamores de frases que has dicho y que quizá sólo sean una revelación para tí…cada hombre ve su entendimiento a la mano -por lo cual lo ve lúcido y original-, y el de los demás a distancia. Pero todos los hombres comparten este predicamento
  6. El texto es como un embarazo de exnovios; suele llegar cuando no lo estás esperando. La mente resuelve un texto, pero no lo resuelve en la manera en que el texto debe ir sobre la página…lo va botando por partes inconexas, borbotones. Por ello es clave llevar una libreta
  7. Cuando se te dificulte el desarrollo de un texto, escribe un párrafo -si te facilita la vida hazlo en un documento limpio-; cuando ya sientas que no lo puedes hacer de manera distinta o mejor, incorpóralo al texto principal. Un texto terminado es un mueble de Ikea, armado cuidadosa y pacientemente usando piezas pre-existentes
  8. Si el texto te aburre, al lector lo aburrirá
  9. No intentes mostrar tu corrección política todo el tiempo, no intentes mostrar un pedazo de ideología por noble que sea, no intentes mostrar lo inteligente que eres. Si los textos son sinceros, serán un reflejo de tus creencias. Un texto, al decir de Nabokov, es ponerle carne a las creencias y formas de vida de los hombres
  10. Un texto no tiene valor si no está diciendo algo que venga de la espiritualidad de un hombre y aun así, no todo espiritualidad es valedera y valiosa. De la misma manera, no todo el que tiene una historia que contar por ello la sabe contar. Los oprimidos, los tiranos, los dolientes, los exitosos, a menudo tienen historias que contar, pero no por ello las saben hacer venir a la vida
  11. Nunca escribas una primera frase si no estás seguro, luego será imposible no ver las cosas más que a la luz de lo que has dicho
  12. No escribas sobre ti mismo…o mejor, cuando lo hagas, asegúrate de que eres un personaje más dentro de la situación. El lector no perdona los panegíricos de si mismo que hace un escritor; tampoco perdona que no digas nada de ti
  13. Elimina palabras parasitas como “generalmente”, “casi”, “desde un punto de vista”…etc. Puedes escribir con ellas si esto te hace fluir, pero que no pasen la prueba de inspección final
  14. Busca una primera frase que arranque enganchando al lector…busca una última frase que cierre el universo que has creado
  15. Encuentra un tono, una voz para decir lo que has de decir. La credibilidad de un escrito depende de esta voz. Una vez encontrada, siéntate en ella y habla de la misma manera a través del texto. Con esto tienes resuelto la mitad del mismo
  16. No pretendas escribir perfecto el primer día que te sientas a ello por la falsa ilusión de que manejas la materia prima de la escritura: el lenguaje. Saber redactar una carta no es saber escribir. Saber hablar no es escribir. Saber componer impecablemente no es saber escribir, ni siqueira, para usar una idea de Truman Capote, saber escribir con ingenio es saber escribir
  17. Escribir rápido es como dormir rápido: no se puede. El poeta Passolini decía que para ser escritor se necesita mucho tiempo
  18. No temas experimentar. No todo es para publicar, no todo va para una caja en Austin Texas. Escribir es algo que haces por ti mismo, por amor, porque te gusta, porque es mejor que estar mal acompañado, porque ….
  19. Las palabras: “imaginario colectivo”, “onírico”, “realida distópica”, son detestables. No supongas una complicidad con el lector que no hayas creado en la obra
  20. Un clisé, como por ejemplo: “…el que no conoce su historia está condenado a repetirla”, es la antítesis del pensamiento y no debe ser objeto de un texto. Si vas a escribir para decirle a todo el mundo lo que cree que sabe, mejor no escribas nada. Si lo haces y pretendes salir ileso, piensa que lo más difícil del mundo es defender posiciones que todo el mundo sostiene
  21. Crea una mitología y mantente en ella
  22. Cuando te den una tarea literaria, llévatela contigo, duerme, respira, come y vive por y para esa piecita. No importa que sea la redacción de un documento que no tiene mucho sentido para ti…imprímele lo tuyo
  23. No dejes tiradas las pepitas de oro del camino; a veces los más insignificantes detalles de una historia resuelven un escrito
  24. Lee, lee, lee y luego, vuelve a leer. Un escrito no se resuelve sin investigar. Tus fuentes no pueden ser un escrito sobre el mismo tema hecho por otro...es pasto masticado. Tus fuentes no pueden ser la revista Semana y El Tiempo
  25. Leer lo que se ha hecho sobre un tema es arma de un doble filo; a veces da la clave para despertar las propias ideas y a veces es imposible olvidar una figura, una expresión, y terminarás apropiándotela inadecuadamente
  26. Las ideas tienen dueños; el concepto de creación colectiva no consiste en el bricolaje
  27. No hay temas malos, hay temas mal tratados
  28. No toda idea por venir de la interioridad, o de lo más profundo de las convicciones, te garantiza un gran texto, así tenga el poder de arrancarte lágrimas. La muerte de tu abuela, a menos de que la hayas vuelto universal, sólo será importante en tu casa
  29. Escribe sobre cosas que conoces, cercanas a ti. Piensa lo que al lector le gustaría escuchar de una persona como tu


miércoles, 7 de octubre de 2015

Por qué soy un Anarquista

Toda mi vida he odiado el poder. No me refiero al poder político en exclusiva. Me refiero al que se proyecta sobre todas las cosas como la oscuridad. Lo he odiado de manera obsesiva al punto en que en muchos aspectos ha eclipsado mi vida porque no hay organización, orden o linaje que no se nutra del poder como de una sábila.
Mi odio por el poder no quiere decir que no haya sido, más a menudo de lo que quisiera, un súbdito temeroso del castigo y de la represión. Los que odian el poder, como yo, lo odian en el silencio y en el sarcasmo, en el remordimiento y la culpa. Decía Sartre en sus memorias que nunca aprendió a mandar porque nunca aprendió a obedecer. Hay anarquistas redondos en sus propósitos, en su manera de concebir la podredumbre del poder desde el comienzo y hasta el final. Los que son como yo solo lo odian en su emanación, de donde viene y a menudo sus vidas se consumen en aprender a devorarlo entero.
Desde niño recuerdo que la peor hora del día llegaba con la noche…era la hora de dormir. No es que temiera a la oscuridad. De hecho, mi vida, esa existencia tenue entre libros como llamaba Bertrand Russell a la suya, ha estado marcada por las sombras físicas, las únicas entre las que encuentro la penumbra que nutre el pensar. Yo odiaba el momento de dormir porque era la imposición de un final, el único verdadero para los niños que no conocen el absoluto de la muerte. A menudo mi madre me llevaba de la mano a la cama así estuviera en lo más álgido de la diversión. No la culpo, era como todas las madres: la norma por la norma, la imposición de lo que no se puede dejar de hacer, porque el absoluto de una determinación es mejor que nada. Nos íbamos a dormir, y todo acababa…el día terminaba sin motivo aparente. Estas pequeñas indignaciones fueron mis primeros destellos del sabor de la autoridad, y los aborrecí.
Más adelante, mi padre ejerció el mismo tipo de poder conmigo. Siempre he despreciado especialmente esta unilateralidad del poder. La verdadera esencia del poder es el porque sí, la opción que nada acuña, el perfecto atisbo de la aseveración, sin que cosa alguna la contenga. A pesar que ahora no lo comprenda o siquiera lo recuerde de esa manera, mi padre hizo lo que muchos padres hacen con sus hijos: les hacen saber que el poder es un ejercicio vectorial, que va en una sola dirección. Por muchos años me amilanó, se cruzó en mi camino y en mis pequeñas determinaciones como si en ello tuviera yo un sendero fijado y me hizo saber cuando estaba en edad de parecer una amenaza, que él no lo toleraría: no toleraría la nada porque tal amenaza nunca se había hecho patente, ni se haría. 
Noam Chomsky
Es esto lo que desde entonces he aborrecido; el final de la concatenación que lleva a uno mismo. Cuando mi padre llegaba a casa, por algún motivo que no comprendo, todos debíamos callar. En la mesa sólo se oía su voz, su masticación, su respiración. El poder impone estar a la espera de alguien. Y en cierto momento de la vida se casa con la seriedad de los propósitos. La gente se comienza a llenar de frases inconcebibles para un niño: ante la mas suave de las peticiones las palabras del poder descuellan en la posibilidad medio resuelta, con el trino de la idiotez y de la unilateralidad: ‘…veremos, veremos si puedes ir a la fiesta’. El poder suele discurrir  por el sendero de la ansiedad que resulta de la posibilidad inconclusa. Y es por ello que tampoco en mi vida he tolerado la noticia que se dará mañana, la charla que tenemos pendiente, la sorpresa que te tengo preparada…lo que se va cociendo y cavando, como el trabajo que invierto en tu despido, la conversación para sacarte de acá, lo que le diré mañana sobre nosotros que ahora nos amamos. La naturaleza más ominosa del poder en efecto trascurre por la premeditación. Es por ello que muchos de los poderosos son personas especialmente calculadoras, cerebrales, estratégicas. No podría concebir mi vida como parte de una estrategia. Las estrategias se hicieron para la guerra y para los grandes planes que se proyectan, pero no para la vida que tiene esta forma de ir transcurriendo por las laderas mas improbables que marca el eclecticismo de lo que no ha sido concebido bajo un plan. Y en efecto, el que ama el poder suele concebir su vida como parte de un plan.
No por no amar el poder, he dejado de admirar el ejercicio de decidir. No hay en ello necesariamente una opción de poder; el que decide lo puede hacer por si mismo y no como parte de algo mas grande. Los existencialistas concibieron por ello que la máxima libertad de un hombre estaba en poder decidir el momento de su muerte. La máxima libertad, no el máximo ejercicio de poder. Porque claro que el poder demanda a otros sobre quien se ejerce.
Siempre que lo considero en mi mente despuntan las palabras de John Stuart Mill; no es del poder de los gobiernos que debemos temer, es del poder de los demás, de los otros, a menudo de si mismo. Cuantas instituciones a las que nos sometemos feliz y trágicamente no son puros y retóricos ejercicios de poder adornados de libertas. Cuando Rousseau comenta los orígenes del totalitarismo, recuerda cómo los hombres corrieron hacia sus celdas creyendo con ello asegurar su libertad. Pero claro que el poder viene de las organizaciones humanas. Su mismo propósito, el de estas instituciones, es el ejercicio del poder, o mejor, el permitir que otros vean cómo algunos hombres ejercen su poder; el propósito del poder es el poder. Nada más peligroso, el filo cortante de la fuerza termina tomando el mismo camino: el propósito de la tortura es la tortura, de la cárcel la cárcel, del trabajo el trabajar. Pronto esas prácticas terminan teniendo que dejar de apelar a una razón fundamental: la confesión, la seguridad o el salario…y se independizan de ellas. Esto es a lo que llamamos con razón totalitarismo.
Los peores poderes que se ejercen sobre una persona son los que involucran de manera más directa su cuerpo, sus finanzas y sus creencias. Son ámbitos profundamente intestinos, tinturados de los residuos que se desprenden de la vida intima y que el poder procura que se cuelen a un ámbito público. No hay verdadero poder, no se siembra su semilla hasta que no se llega a ellos, porque los hombres son capaces en general de sacudirse el yugo de otros poderes que no los conciernen. Pero el verdadero poder siempre llega hasta los núcleos de lo que nunca se debe tocar, resolver y que con temor se vuelve de injerencia de todos: el médico mete la mando en los más profundo de las entrañas, el abogado en lo más profundo de los derechos, el sacerdote en aquello que hace que las culpas nazcan. Todos son personajes odiados y al tiempo amorosamente temidos por aquellos que aunque odian en su fuero interno el ejercicio del poder, aman a quien lo ejerce con ellos. George Orwell comprendió muy bien la naturaleza morbosa del poder cuando en boca de Winston Smith en 1984 recuerda que ellos si pueden llegar hasta allá…

El punto culmen del poder se produce en el matrimonio cuando este ensaya su experticia con la infelicidad. La pareja a menudo nos recordará que la desdicha suele nacer más veces de las que nos imaginamos del desanimo, de la palabra muerta, del eslabón faltante: el marido llama a su mujer. Por algún motivo que no importa está feliz…ella se limita a recordarle que no es día de beber…así sea sólo por no verlo feliz, sin que ello importe para nada más, porque el propósito del poder ejercido así como lo señalo no puede ser otro que el de recordarnos en los escasos momentos efímeros de felicidad pasajera, que todo es susceptible de volverse atroz y descarnado. El poder es un espejo de la muerte.

Si concibiera una fantasía ridícula, una pintoresca ideada en torno al poder imaginaría un mundo en el que no hay un ejercicio del poder, en el que el poder se concibe como una enfermedad inoculada y mortal de la que hay que huir y en el que los hombres consideran que el último propósito de la existencia es delegar cuanto poder sea mínimo. Creo que a ello con razón se le llama Anarquismo, y al menos para mí tiene tanto que ver son los sindicatos como con los pulpitos. Y de haberlo conocido cuando era un niño y me mandaban a acostar, tal vez nunca me hubiera ido a dormir a la hora que se me obligaba.

martes, 28 de julio de 2015

La Única Cosa que los Creyentes realmente no pueden creer

Richard Dawkins al lado de su árbol de Navidad
(cómo vive su espiritualidad un no-creyente)
Hay una sola cosa que los creyentes, al parecer, realmente no pueden creer. A riesgo de crear un juego de palabras lo diré: no pueden creer que los no creyentes no creamos. ¿Creer en qué? En Dios, en una entidad inmaterial que gobierna y ha creado el mundo ya sea que tenga rostro o no, que hable o no y que haya hecho crecer o no sobre el pobre Jonás una planta que le dio sombra en el desierto sólo para quitársela, luego de que fuera escupido por una ballena. A menudo se supone que un cataclismo espiritual espantoso asoló a los ateos en la infancia para no creer en alguien así, que un sacerdote malintencionado nos inculcó erróneamente el temor a Dios y que en el momento de nuestras muertes, como si se tratara de algo que nos estuvimos conteniendo -como se ve en le película Dios no ha Muerto-, sucumbiremos no sin antes haber revelado nuestra verdadera creencia en la gracia de Dios. ¿Cuántas veces no me enfrasqué en conversaciones con un creyente en las que me preguntaba que si yo no creía entonces “qué”? Muy pronto aprendí que si respondía cualquier cosa del estilo  “…admiro la forma en la que opera la naturaleza”, mi interlocutor solía señalarme que no había diferencia en el fondo entre los dos: yo la llamaba Naturaleza y él Dios, ¿qué más da el nombre que le pongamos?
Pero no es esta la cuestión; confieso que tomó muchos años formular claramente mi posición en la materia, incluso para mí mismo, como de seguro para el creyente toma años poner en orden sus creencias. Comúnmente se piensa que el no creer en Dios se debe centrar en la palabra “Dios”. En verdad se debe centrar en la palabra “creencia” porque si en algo difiere un creyente de un no creyente es en esto. Para el creyente -y por favor, no se lea irrespeto alguno en este quiasmo- la unidad de significado, aquello que le da sentido a la mayoría de sus dimensiones, es creer: cree y se te dará, no te funciona porque no le pones fe, la creencia mueve montañas. No niego que así sea para un grupo muy grande de personas. Pero para un no creyente la unidad de significado vital no es la creencia. Le da sentido al mundo que lo rodea con base en otros verbos: saber, entender, disfrutar. Personalmente, siento que algo lo puedo llamar mío en algún sentido cuando lo entiendo. En tiempos de amor líquido, como lo llama el filósofo Sigmunt Bauman, qué vacío suena darle un lugar tan importante al entender. Pero así es para mí y no dudo de que lo sea para muchas personas. Derivan placer de intentar comprender lo que tienen a la mano:  observar los intrincados mecanismos en las flores, la magia matemática de una serie de Fibonacci. La maravilla de los más básicos mecanismos naturales como la gravedad que mantiene a los planetas atados en elipses alrededor del Sol es sobrecogedora si uno lo considera. Ese extrañamiento de seguro lo sintieron los astrónomos desde Pitágoras hasta Hawkins.
Daniel Dennett al lado de su árbol de Navidad
No digo que en ello se agote la espiritualidad del no creyente. Si algo hemos de aprender los no creyentes de los creyentes es su forma de estar unidos en torno a lo que profesan, y la profunda dimensión que ello le da a sus vidas. No digo que los no creyentes no seamos espirituales en un sentido más profundo. Personalmente, siento que conocí la solidaridad cuando por primera vez concebí a los humanos como seres frágiles que no teniendo un poder sobrenatural que nos salve, no nos tenemos más que los unos a los otros. Por más criticable que sea como institución, la Iglesia Católica ha tenido el enorme acierto de ser una casa para los que en torno a ella se agrupan. El poeta americano Robert Frost recordaba que la casa es un lugar en donde uno no puede no ser recibido. Y muchas iglesias han hecho esto muy bien. Los no creyentes tenemos el reto de crear instituciones semejantes. Una de las dificultades de ser no creyente es la enorme soledad en la que se vive con esta condición que en alguna medida comienza a asemejarse en Colombia a ser gay y no haber salido del closet en los 80. No tenemos sociedades que nos agrupen, que nos ayuden en los momentos en los que todo en la vida parece tambalear: la muerte de los seres queridos, la catástrofe, el sinsentido. No hay matrimonios ateos, ni palabras que se han de decir en los funerales del occiso no creyente. No es sólo cuestión de alquilar un sitio de reunión. El reto es más difícil y ya lo había comprendido los primeros filósofos racionalistas que debatieron con la religión hace 200 años: uno en realidad no puede tener un ‘club’ de personas que se reúnen en torno a su no creencia.
Pero estoy convencido de que no solo la civilización, sino el pasado evolutivo señalan la necesidad de estas costumbres grupales que aminoran el dolor individual y explican lo que no podemos comprender. Renunciar a ellos es locura, y no es deseable. A riesgo de ser tachado de inconsecuente como no creyente, no renunciaré a los villancicos en Navidad ni a construir un árbol. Se trata de ritos de paso que marcan un comienzo y un final de ciclos y que nos ayudan a encuadrar propósitos, por no decir reunirnos con los que amamos. No dejaré de hablar con los muertos en mi mente ni de referirme discretamente a ellos como si estuvieran vivos en otro lugar porque a menudo he encontrado fuerza en la voz de mi madre fallecida. Podría uno pensar que la función misma de la civilización es producir estas “mentiras verdaderas” que alivian en algo la proclividad innata de nuestras susceptibilidades. Y esto por no mencionar el valor moral que inculcan algunas historias de la religión, cuya enseñanza moral es más que deseable. A lo que sí renunciaré gustoso es a pensar que esas son las únicas historias verdaderas y los únicos ritos que vale la pena practicar…y que a los demás debe obligársele a ver las cosas de la manera en que yo las veo.


lunes, 6 de julio de 2015

¿Es correcto desarrollar una erección en un funeral?

No pensé que el lapso de una vida fuese suficiente para ver nacer una tradición china. Pero una nueva se ha gestado...tan rápido que por poco no nos damos cuenta. Por alguna razón que escapa a la comprensión –como sucede en toda tradición respetable-, los chinos acaban de decidir que la mejor manera de despedir a sus muertos es con desnudistas. No se trata de ninguna figura poética, ni de una dicción de mal gusto; entre los chinos se ha convertido en moda contratar "bailarinas exóticas" para animar entierros con la esperanza de encaminar la suerte del ser amado en el más allá. ¿De qué diablos vengo hablando? Dice el medio noticioso www.salon.com:
“En abril de 2015, el Ministerio de Cultura de China emitió un comunicado anunciando una persecución policial a las apariciones de desnudistas en funerales, costumbre que el gobiernos ha estado tratando de erradicar por algún tiempo. De acuerdo con el Wall Street Journal, a las desnudistas por lo general se les contrata con el propósito de atraer a más gente a los sepelios con el fin de aumentar la buena fortuna del occiso en el más allá.”
Como con tantos inventos occidentales, Oriente ha tomado a la desnudista y la ha llevado a un nivel insospechado. La estrategia, hay que admitirlo, se nos había escapado. Nosotros de manera reduccionista habíamos limitado la esfera de acción de la danzarina erótica al bar stripper; la asociamos al sucio sentimiento del deseo lascivo. Los chinos, en cambio, no vieron esa contención: la bailarina brinda felicidad, sea donde sea. Incluso cuando la muerte nos acongoja. Vaya uno a saber por qué no se le había ocurrido a la Iglesia Católica en los vastos subterfugios en donde el rebaño pierde la fe, o asiste a misa roñoso por la cruda; a los senadores en las bancadas del Senado; a los jueces en los estrados en donde el reo decide ser ausente: ¡llevemos una maldita desnudista!, cénit del gancho, cúspide del atractivo, atavío de la libertad para hacer aquello que uno en realidad no quiere hacer y asistir a lo que uno no quiere asistir. 
Sigue Salon: “Fotos de un funeral en Handan en la provincia norteña de Hebei en marzo del 2015 mostraban a una bailarina mientras se removía el brasier ante una muchedumbre de parientes y niños de la familia“
Ahora se las ve merodeando por las casas funerarias proponiendo su espectáculo. Pero el gobierno no sabe como quitarse de encima esta libertad. Con hasta veinte presentaciones al mes, a un promedio de 320 dólares el despido, unos 2000 Yuan, la muerte se ha convertido en un negocio muy picante.
Una bella -aunque no milenaria- tradición china
Es curiosa la costumbre…su hipóstasis, su desmesura. El dinero no es la única fuente de perplejidad. Si en Norteamérica se ponen de moda las alitas de pollo, el resto del mundo consumirá de pavo creyendo que con ello es más libre. Vivimos en un mundo que todo lo puede hacerse mas, pero nunca en menor escala. Por el sutil arte de la sutileza hay que cantar un réquiem especialmente pudoroso porque descansa sin paz. Hace mucho tiempo cuando mi madre me explicó que en algunos funerales contrataban personas para llorar se me hizo incomprensible…y ahora esto, regresar al punto “0”. Porque entre todas las cosas del mundo que se le pudieran a uno ocurrir para dejar descender sobre la morada del amado el descanso final, mariachis, celulares encendidos…entre todas las que se pueden asociar a la parca, una estriptisera tiene que ser la más inadecuada.
La muerte de David Carradine cuando sucumbió masturbándose amarrado del cuello en el armario de un hotel en Bangkok ya había sugerido una colusión insospechada entre el Kung-fu de la China milenaria y el sexo sucio. Pero se trataba de Carradine…no sospechamos que llegaría hasta el chino promedio, el buen Wei…el occiso, el hombre que sonreía como el mismo Buda y cuyo vientre colgaba de manera semejante a un puente de bambú. No sólo se piense en el muerto, considérese la suerte del pequeño Feng quien por primera vez ve una teta en el funeral del abuelo que le enseñó a jugar mahjong. El mundo contemporáneo es más difícil de poner junto que de entender. ¿Cómo diablos este acto desmedido lo ha purificado o le ha dado paz al difunto? Las preguntas proliferan y se vuelven complejas: ¿Es correcto desarrollar lentamente una erección en un funeral? ¿A la bailarina exótica la viuda ha de ofrecerle comida luego de la función? ¿Si la stipper se involucra y llora, es ello una señal de compromiso y profesionalismo o puede disminuir la moral sexual de los asistentes afectando gravemente el destino del muerto en el más allá?


Siempre es posible tratar demasiado duro de ser occidental. Pero no es tarea sencilla; se está expuesto a hacer demasiado o muy poco de lo que hace que un acto sea libre. ¡Qué difícil es adoptar la fe del desleal! He ahí el principal quiasmo de la vida sencilla cuya dificultad no estriba en saber si la felicidad es nuestro deseo más íntimo…sino qué diablos es lo que nos da felicidad. Y cuándo es el momento correcto de proporcionárnosla. 

viernes, 12 de junio de 2015

El Atardecer, la estrella y la rana



(Un breve ensayo sobre las palabras, las cosas y Lord Tennyson)

“Twilight and evening bell,
      And after that the dark! “
Lord Tennyson


 

En mi mente hay un coludio entre el título de la obra de Sean O’Casey ‘Sunset and Evening Star’ y la cacería de sapos en el campo en la noche.
Es una cosa de la que no debería hablar…asociaciones íntimas del fondo de mi mente. Ese título ‘Sunset and Evening Star’ siempre me trae a la memoria ese momento peculiar de los últimos rayos del Sol. En mi libro de ciencia de primaria había una nota que afirmaba que era la mejor hora para cazar sapos. Era sólo una noticia marginal, puesta allí para realizar un experimento horrendo que permitía cortar un sapo por la mitad. Tampoco leí jamás la obra del irlandés Sean O’Casey...esta cosa del atardecer y la estrella con todas sus deliciosas connotaciones es un epígrafe de alguno de los libros de Herbert Marcuse. 


Pero los nombres se funden en mi memoria con el recuerdo del calor de los veranos cuando era niño y vivía en otro país, se retuercen con la palabra solsticio, hemisferio, con la idea del día más largo y con el aire de la noche y las distancias entre las estrellas, los cohetes y los vuelos espaciales y los observadores de campo con binoculares. Todo eso parece estar condensado en la palabra atardecer. ¿Cómo es posible que en torno a esa palabra pendan tantas intimidades?
Venus, la estrella de la tarde


Más que los atardeceres, es el léxico lo que me causaba una sensación similar a la del atardecer mismo. Por un artificio que quizá sólo lo permite la idiocia, se dirá, he descubierto que las palabras conllevan las sensaciones de las cosas que nombran. Pero en otro sentido...óigase, las palabras conllevan las sensaciones de las cosas que nombran. Hay un sentido en el cual esas palabras que he manoseado acá eran mi atardecer, mi libro de la primaria y una rana cortada en una bandeja...¿cómo más se puede decir?


Me había propuesto escribir un texto sobre los atardeceres y he terminado escribiendo uno sobre las palabras que remiten a los atardeceres, a los libros y a las ranas en el campo en la noche. Por tonto que pueda parecer, esa confusión en la literatura fue un descubrimiento. Y se insinuó desde el comienzo de su historia; Homero debió pelear en la Ilíada contra la terca persistencia de las cosas que se le colaban entre las palabras al punto que quien relee la épica descubre que no era posible narrar dos acontecimientos simultáneos como si ocurrieran al tiempo; la mecha de la bomba se consume completa y explota, luego viene corriendo el héroe antes de que detone. Es como si los hechos mismos colisionaran.  Para la filosofía es un calvario o un deleite, esta cosa de las cosas y las palabras; ha propiciado la construcción de sistemas y al tiempo introducido toda la confusión y perplejidad que de la que se precia y se duele esa disciplina. Los filósofos hartos de repetir el problema tan abstruso, le pusieron un nombre -muy útil para quejarse en privado-; se llama la confusión palabra-objeto. Los psicólogos la glorifican como el momento en que surge el mundo ante los ojos de un niño y lo más probable es que ninguna de estas disciplinas lo comprenda del todo.

Pero sea como sea no es un pseudo-problema o un antimema ridículo. Considere si en cierta forma cuando admití que había comenzado hablando de cosas y pase a hablar de palabras, no se materializó algo. Vuélvalo a considerar en su simpleza brutal, el atardecer y la primera estrella de la tarde, la rana disecada en la bandeja, esta frase, que hubiera podido escribir mejor ahora que la miro: “...en mi mente hay un coludio entre el titulo de la obra de Sean O’Casey Sunset and Evening Star y la cacería de sapos en el campo en la noche”. O haga que las dos escenas se contaminen, como un sauce que se inclina sobre el agua dirá el lógico americano Willard Van Orman Quine; la rana languidece sobre la hiniesta bandeja helada mientras que por la ventana se cuela el alba a la luz de la primera estrella de la tarde. Hablar de palabras tiene una magia, Richard Rorty lo llamó el giro semántico, el filósofo americano largamente olvidado Brian Johnson lo consideró un ascenso, uno lingüístico...yo por mi lado me tomo en serio el hecho de que en casi todo ascenso hay una epifanía. Emigrar hacia las palabras es gravitar hacia lo que es común a todos; en el caso de mi increíblemente íntima e inexplicable  asociación de la tarde la rana y la estrella. El poeta propugnará porque se hagan íntimas de nuevo en otros, la filosofía vigilará que no nunca las palabras pierdan esta instigación pública que las hace tan populares en el mercado. La psicología irá mil pasos atrás intentando averiguar cómo diablos sucedió todo ello


El poeta Lord Tennyson compuso este poema en un pozo de los deseos reclinado sobre una piedra agrietada.


Flower in the crannied wall,
I pluck you out of the crannies,
I hold you here, root and all, in my hand,
Little flower—but if I could understand
What you are, root and all, and all in all,
I should know what God and man is.


La piedra le enseñó a Tennyson una cosa; ella, como las palabras no era inamovible. Pronto descubrió que el mineral en muchas cosas es como la mente del escritor; parece estéril pero sobre el crepitan cosas. Las grietas se expanden con lentitud: “A partir de esta flor describiré el universo” exclamó Tennyson, o al menos eso hubiéramos querido...esta flor es el universo. Y en ese instante tendido sobre esa piedra, para Tennyson no había nada más. Si la tomara entre sus manos, cualquier camino lo hubiera podido integrar; la historia de las células, de la vida, la efervescencia del Sol, la mano y la capacidad de tomar, la idea de un deseo, la profundidad del solaz de la tarde en que escribió este poema y la manera en que la cal habita en lo más inhiesto de la piedra. ¿En dónde se detiene la cadena? En cierta forma no lo hace; la confusión entre signos y cosas conlleva el todo.




Como si fuera poco, comenzamos hablando de cosas, atardeceres, estrellas, la tarde…y pasamos a hablar de palabras y ahora por un vuelo metafísico de la imaginación se nos ha dado por hablar del todo. Pero no se bote este texto justo ahora, estamos en lo peor y no quedará más que volver a la superficie. Así es que volvamos a hablar de las piedras, porque no hay nada más concreto y brutalmente sólido. El biógrafo del Doctor Johnson, Boswell, cuando quiso refutar la infausta indigestión que la confusión referida le había provocado al filósofo Berkeley, quien llegó a afirmar en virtud suya que nada era totalmente real por fuera de la mente, le dio una fuerte patada a un piedra al tiempo que exclamaba: “Yo la refuto así”. ¿No sería la historia perfecta si las fuentes constataran cómo Boswell se la pasó varios días cojeando?... Sin duda un pequeño precio que se paga por separar las cosas de las palabras.

Pero la historia nunca  está servida completa; siempre hay palabras que nos gustaría poderle añadir a los hechos y nunca estos hechos quedan totalmente descritos por las palabras, como dos bocas que intentan desesperadamente engullirse la una a la otra nunca se comerán. Para un hombre rodeado de piedras una insignificante flor se volverá obsesión e infinitud. El hecho de que Tennyson lo tuviera que decir en un poema oblitera la confusión entre signo y objeto porque esa flor y esa piedra  son la flor y la piedra, no solo las de Tennyson (aunque claro, las de él…) pero son todas las flores y todas las rocas; en el proceso se conecta la peculiaridad con lo que no tiene otra forma de denominarse más que la universalidad.

Había prometido volver a las cosas. La gastada sentencia bíblica del polvo en el que nos convertiremos…¿qué más es sino una recordatorio que nuestro referente último es este mundo y lo que vemos olemos , sentimos y resguardamos es aquello a lo que volvemos una y otra vez? Los objetos son nuestro primer motivo de reificación, dice la filosofía. Las cosas, así como la mirada se pierde en al atardecer, del que atrae su infinito. Este a su vez evoca el recuerdo perdido de la niñez, de cazar sapos en el campo cuando caía el Sol. Y todo ello justo al tiempo en que la tormenta en la noche suelta las primeras gotas sobre mi casa, en este preciso instante, y atormentadas cantan las ranas ocultando entre las nubes la primera estrella de la tarde. ¿Cómo no decir que me aterrorizo de pensar que estas, mis palabras, que también son cosas, y de un tamaño decente, han sido una especie de infausto presagio de estas mismas palabras que ahora escribo?

miércoles, 10 de junio de 2015

El Oro del Amazonas

Alguna vez en una fiesta con su esposa, en medio de la orgía de la droga y del alcohol, el escritor de la década del 50 William Burroughs aseguró que se iría a la selva a curarse de sus adicciones. El buen Bill bien podía llevar un traje de tres piezas, pero de su brazo probablemente sobresalía una jeringa de heroína. Su mujer le preguntó de qué diablos vivirían. Casaré animales en la jungla, jabalíes salvajes, dantas y tapires le dijo Burroughs. Ella estalló en carcajadas; pero si tú no eres capaz ni siquiera de atinarle a los árboles…y como poseído por ese espíritu maligno que llega con el alcohol y droga, a Burroughs se le ocurrió esta cosa de Guillermo Tell. Era la cosa más idiota que a uno se le podría ocurrir. Su esposa se paró con un vaso de whisky en la cabeza a unos metros de Burroughs quien siempre cargaba un revolver, incluso en la cama…y Bill le disparó. Dejó de celebrar su “acierto” cuando alguien lo interrumpió para constatar que la mujer se escurría dejando una línea roja de sangre en la pared pero que el vaso permanecía sobre la cabeza…intacto. Burroughs decidió que tendría que ‘escribirse’ la salida de su nueva condición de asesino.

El escritor William Burroughs con un rifle de asalto

Pienso a menudo en el episodio Guillermo Tell de Burroughs. Nunca se alivianó, lloró a su mujer hasta el final. La idiocia, la insistencia, las pruebas…Cómo parece de adecuado a veces tomar un riesgo absoluto. Lo difícil de vivir intensamente no es decidirse a dar el disparo, es saber si lo que hacemos va en la dirección correcta, si es locura, posesión, idiotez o terquedad; si arrojar todo es grandeza, si renunciar al trabajo es renovación o autoinmolación. Si el cambio es conmutación o demencia.

La madre de uno de mis mejores amigos, una mujer de  más de sesenta y cinco años se levantó un día decidida a ponerle fin a sus problemas. Viviría con intensidad luego de un matrimonio fallido y una familia desbaratada. Lo haría con furia y determinación y para el efecto decidió irse a buscar oro al Amazonas. Su condición, la que la guiaba, se llamaba síndrome bipolar; para ella, estaba al fin dando un paso en la dirección correcta, para lo cual nunca es tarde. Por supuesto que los hijos se interpusieron en su camino porque nadie deja que su madre de sesenta y tantos años salga con una palangana en un DC-3 hacia la Pedrera.

Pero, ¿cómo sabemos si no estamos buscando oro en el Amazonas, si lo que tenemos ante nosotros es una determinación vital o una tozudez desfachatada? La raíz del problema es que rara vez el que esta en una condición cualquiera, se concibe como portador de un epígrafe sobre su frente que nombra la condición; el loco no es para si mismo un loco, como el villano no es para si un villano , ni el idiota un estulto. Somos personas con propósitos.¿Y cómo se nos culpará por ello? Hay una delgada línea que separa la acción ciega e inconducente del heroísmo, el salto hacia la aventura y la renovación del error irresponsable ¿En donde está esa línea? Burroughs estaba a un lado de ese ecuador, muy allá; pero para él, en su momento parecía casi sensato dejar el punto establecido con un disparo a un vaso de whisky sobre la cabeza de su mujer. Por lo demás, ¿dónde se traza la raya?

Una cosa es segura, vivir intensamente no es la intensificación del vivir como si se estuviera bajo el efecto demoníaco y posesivo de una bebida energizante. Hay una cantidad de otras cosas que tampoco es lo que yo consideraría vivir intensamente. Nunca se me ha antojado que tenga que ver con la vida de los corredores de bolsa, pobres drones de oficina que deben montar una Harley Davidson el fin de semana. Ni con ningún tipo de deporte extremo, ni con cazar elefantes en el África, ni con jugarse en una sola ficha la casa en un casino. Hay un sentido en el cual la vida intensa es anónima y repetitiva; sólo con un esfuerzo continuado suelen tomar forma algunos objetivos no tanto en la realidad como en la mente. Pero hay un sentido en le cual no se concibe una vida intensa sin el cambio repentino, sin la deslealtad de la huida. ¿Cuándo hay en ello heroísmo y grandeza, y cuándo la idiocia de dispararle en la cara a una mujer con un vaso de whisky en la cabeza? He ahí un punto para el cual nunca hay una respuesta preconcebida. Lo difícil a menudo no es reunir todas las fuerzas y cavar, es hacer un hoyo para algo.

Sospecho que en más ocasiones de las que quisiera admitir he salido a buscar oro al Amazonas. Pero en mi caso particular, me he ideado la manera de, desde una distancia prudencial, creyendo que en ello hay ensoñación, genio y locura, dispararme a mi mismo mientras sostengo el vaso de whisky ya no sobre mi cabeza…sino frente a la boca.