(Un breve ensayo sobre las palabras, las cosas y Lord Tennyson)
“Twilight and evening
bell,
And
after that the dark! “
Lord Tennyson
En mi mente hay un coludio entre el título de la obra de Sean O’Casey ‘Sunset
and Evening Star’ y la cacería de sapos en el campo en la noche.
Es una cosa de la que no debería hablar…asociaciones íntimas del fondo
de mi mente. Ese título ‘Sunset and Evening Star’ siempre me trae a la memoria
ese momento peculiar de los últimos rayos del Sol. En mi libro de ciencia de primaria
había una nota que afirmaba que era la mejor hora para cazar sapos. Era sólo
una noticia marginal, puesta allí para realizar un experimento horrendo que
permitía cortar un sapo por la mitad. Tampoco leí jamás la obra del irlandés
Sean O’Casey...esta cosa del atardecer y la estrella con todas sus deliciosas
connotaciones es un epígrafe de alguno de los libros de Herbert Marcuse.
Pero los nombres se funden en mi memoria con el recuerdo del calor de
los veranos cuando era niño y vivía en otro país, se retuercen con la palabra
solsticio, hemisferio, con la idea del día más largo y con el aire de la noche
y las distancias entre las estrellas, los cohetes y los vuelos espaciales y los
observadores de campo con binoculares. Todo eso parece estar condensado en la
palabra atardecer. ¿Cómo es posible que en torno a esa palabra pendan
tantas intimidades?
Venus, la estrella de la tarde |
Más que los atardeceres, es el léxico lo que me causaba una
sensación similar a la del atardecer mismo. Por un artificio que quizá sólo lo
permite la idiocia, se dirá, he descubierto que las palabras conllevan las
sensaciones de las cosas que nombran. Pero en otro sentido...óigase, las
palabras conllevan las sensaciones de las cosas que nombran. Hay un
sentido en el cual esas palabras que he manoseado acá eran mi atardecer,
mi libro de la primaria y una rana cortada en una bandeja...¿cómo más se puede
decir?
Me había propuesto escribir un texto sobre los atardeceres y he
terminado escribiendo uno sobre las palabras que remiten a los atardeceres, a
los libros y a las ranas en el campo en la noche. Por tonto que pueda parecer,
esa confusión en la literatura fue un descubrimiento. Y se insinuó desde el
comienzo de su historia; Homero debió pelear en la Ilíada contra la terca
persistencia de las cosas que se le colaban entre las palabras al punto que
quien relee la épica descubre que no era posible narrar dos acontecimientos
simultáneos como si ocurrieran al tiempo; la mecha de la bomba se consume
completa y explota, luego viene corriendo el héroe antes de que detone. Es como
si los hechos mismos colisionaran. Para la filosofía es un calvario o un
deleite, esta cosa de las cosas y las palabras; ha propiciado la construcción
de sistemas y al tiempo introducido toda la confusión y perplejidad que de la
que se precia y se duele esa disciplina. Los filósofos hartos de repetir el
problema tan abstruso, le pusieron un nombre -muy útil para quejarse en
privado-; se llama la confusión palabra-objeto. Los psicólogos la glorifican
como el momento en que surge el mundo ante los ojos de un niño y lo más
probable es que ninguna de estas disciplinas lo comprenda del todo.
Pero sea como sea no es un pseudo-problema o un antimema ridículo.
Considere si en cierta forma cuando admití que había comenzado hablando de
cosas y pase a hablar de palabras, no se materializó algo. Vuélvalo a
considerar en su simpleza brutal, el atardecer y la primera estrella de la
tarde, la rana disecada en la bandeja, esta frase, que hubiera podido escribir
mejor ahora que la miro: “...en mi mente hay un coludio entre el titulo de
la obra de Sean O’Casey Sunset and Evening Star y la cacería de sapos en el
campo en la noche”. O haga que las dos escenas se contaminen, como un sauce
que se inclina sobre el agua dirá el lógico americano Willard Van Orman Quine; la
rana languidece sobre la hiniesta bandeja helada mientras que por la ventana se
cuela el alba a la luz de la primera estrella de la tarde. Hablar de
palabras tiene una magia, Richard Rorty lo llamó el giro semántico, el filósofo
americano largamente olvidado Brian Johnson lo consideró un ascenso, uno
lingüístico...yo por mi lado me tomo en serio el hecho de que en casi todo
ascenso hay una epifanía. Emigrar hacia las palabras es gravitar hacia lo que
es común a todos; en el caso de mi increíblemente íntima e inexplicable asociación de la tarde la rana y la estrella.
El poeta propugnará porque se hagan íntimas de nuevo en otros, la filosofía
vigilará que no nunca las palabras pierdan esta instigación pública que las
hace tan populares en el mercado. La psicología irá mil pasos atrás intentando
averiguar cómo diablos sucedió todo ello
El poeta Lord Tennyson compuso este poema en un pozo de los deseos
reclinado sobre una piedra agrietada.
Flower in the crannied wall,
I pluck you out of the crannies,
I hold you here, root and all, in my hand,
Little flower—but if I could understand
What you are, root and all, and all in all,
I should know what God and man is.
La piedra le enseñó a Tennyson una cosa; ella, como las palabras no era
inamovible. Pronto descubrió que el mineral en muchas cosas es como la mente
del escritor; parece estéril pero sobre el crepitan cosas. Las grietas se
expanden con lentitud: “A partir de esta
flor describiré el universo” exclamó Tennyson, o al menos eso hubiéramos
querido...esta flor es el universo. Y en ese instante tendido sobre esa
piedra, para Tennyson no había nada más. Si la tomara entre sus manos,
cualquier camino lo hubiera podido integrar; la historia de las células, de la
vida, la efervescencia del Sol, la mano y la capacidad de tomar, la idea de un
deseo, la profundidad del solaz de la tarde en que escribió este poema y la
manera en que la cal habita en lo más inhiesto de la piedra. ¿En dónde se
detiene la cadena? En cierta forma no lo hace; la confusión entre signos y
cosas conlleva el todo.
Como si fuera poco, comenzamos hablando de cosas, atardeceres, estrellas,
la tarde…y pasamos a hablar de palabras y ahora por un vuelo metafísico de la
imaginación se nos ha dado por hablar del todo. Pero no se bote este texto
justo ahora, estamos en lo peor y no quedará más que volver a la superficie.
Así es que volvamos a hablar de las piedras, porque no hay nada más concreto y
brutalmente sólido. El biógrafo del Doctor Johnson, Boswell, cuando quiso refutar
la infausta indigestión que la confusión referida le había provocado al
filósofo Berkeley, quien llegó a afirmar en virtud suya que nada era totalmente
real por fuera de la mente, le dio una fuerte patada a un piedra al tiempo que
exclamaba: “Yo la refuto así”. ¿No sería la historia perfecta si las fuentes
constataran cómo Boswell se la pasó varios días cojeando?... Sin duda un
pequeño precio que se paga por separar las cosas de las palabras.
Pero la historia nunca está servida completa; siempre hay palabras
que nos gustaría poderle añadir a los hechos y nunca estos hechos quedan
totalmente descritos por las palabras, como dos bocas que intentan
desesperadamente engullirse la una a la otra nunca se comerán. Para un hombre
rodeado de piedras una insignificante flor se volverá obsesión e infinitud. El
hecho de que Tennyson lo tuviera que decir en un poema oblitera la confusión
entre signo y objeto porque esa flor y esa piedra son la flor y la
piedra, no solo las de Tennyson (aunque claro, las de él…) pero son todas las
flores y todas las rocas; en el proceso se conecta la peculiaridad con lo que
no tiene otra forma de denominarse más que la universalidad.
Había prometido volver a las cosas. La gastada sentencia bíblica del
polvo en el que nos convertiremos…¿qué más es sino una recordatorio que nuestro
referente último es este mundo y lo que vemos olemos , sentimos y resguardamos
es aquello a lo que volvemos una y otra vez? Los objetos son nuestro primer
motivo de reificación, dice la filosofía. Las cosas, así como la mirada se
pierde en al atardecer, del que atrae su infinito. Este a su vez evoca el
recuerdo perdido de la niñez, de cazar sapos en el campo cuando caía el Sol. Y
todo ello justo al tiempo en que la tormenta en la noche suelta las primeras
gotas sobre mi casa, en este preciso instante, y atormentadas cantan las ranas
ocultando entre las nubes la primera estrella de la tarde. ¿Cómo no decir que
me aterrorizo de pensar que estas, mis palabras, que también son cosas, y de un
tamaño decente, han sido una especie de infausto presagio de estas mismas
palabras que ahora escribo?