Supongamos por un momento que soy una mujer negra, judía y lesbiana
atrapada en el cuerpo de un hombre. Se trata de uno de estos juegos de movilidad
de género. O con el mismo tinte, supongamos lo contrario; que soy un hombre
blanco, ojiazul y republicano que clama por salir del cuerpo de una mujer
negra, judía y lesbiana…mas incorrecto quizá. En los dos casos, ¿de quién son
los argumentos que salen por boca de las criaturas de ese bestiario de lo
políticamente correcto? ¿De cuál ‘cuerpo’, de qué ‘persona’? Cuando cualquiera
de los dos grita algo del estilo ‘soy
marginal, soy una (o un) outsider, soy una oprimida’, ¿habrá que creerle? Y
en ese caso, ¿a quién habrá que creerle? ¿Es más grave que lo diga la mujer
negra atrapada en el cuerpo del republicano o el republicano atrapado en la
mujer negra? ¿Si uno de los dos grita “negros
hijueputas…” -como lo hizo en alguna ocasión Jorge Eliecer Gaitán frente a
una plaza de Bolivar llena, sólo para resolver su frase con ‘negros hijueputas nos dicen los Santos y
los Lleras’- es mucho peor en un caso que en el otro? Considere que quizá no le
suene tan mal a la mujer negra poseída porque según algunos, los argumentos son del cuerpo. Y el cuerpo dice cosas…La
nueva mitología de la corrección política recuerda sin saberlo los preceptos
del viejo marxismo: la verdad viene al mundo por boca de los oprimidos. Pero acá…¿quién es el oprimido? ¿La mujer poseída por el republicano, o el hombre
atrapado en el cuerpo de una mujer negra? ...se vuelve complejo. Fíjese cualquiera,
la idea de movilidad de género no se parece llevar muy bien con la de los argumentos del cuerpo, la idea de que un
improperio es peor dependiendo de quién venga. O renunciamos a la movilidad absoluta
de género o empezamos a admitir que un improperio es tan insultante,
desmotivante, obnubilante, venga de donde venga. Pero no los dos al mismo
tiempo.
Claro, siempre es posible salir del paso alegando que esto lo
dice un hombre blanco -aunque no republicano-, poseído por una lógica bivalente
y falocéntrica que le gusta pintar
todo de poseída-poseedor, penetrada-penetrador; yo. Pero también yo puedo alegar que en mi
interior habita esa mujer negra que se apoderó del personaje que sale retratado
en mi cédula...la cosa es más compleja aún, ¿verdad?
Claro, nunca sucederá algo así, es un imaginario….Nunca sucederá, hasta que sucede. El caso de Rachel Dolezal
en EU parece haber mostrado que vivimos en tiempos en los que no tanto los
sueños se cumplen sino que los absurdos son viables. Dolezal, una mujer blanca
ojiazul, llamó la atención de los medios a mediados del 2015 cuando enfrentó a
sus padres de descendencia sueca diciendo que ella era una mujer negra, así no
concordara con su historia ni con su biología. Alegó que desde niña se pintaba
con crayolas marrón, y que por ser negra se le había negado el ingreso a una
universidad. Sus padres no recuerdan nada de ello; el absurdo suele quedar
sujeto a una buena dosis de interpretación. Si fuese una mujer negra que se
declara blanca nunca habríamos sabido de ello. Pero era blanca: había que
tomarla en serio. El caso hizo que la
corrección política se tuviera que poner de cara a sí misma, como suele hacerlo
porque los primeros ofendidos fueron los voceros de las comunidades negras…y
con razón. La movilidad de género es una cosa…pero la de grupo étnico-social implica
usurpar los derechos de los mismos representantes de aquello a lo que uno alega
haberse convertido: paradójico, e increíblemente orgánico.
Veo acá una tendencia retrograda y peligrosa. Los defensores de
los argumentos del cuerpo –los podemos llamar conservadores difusos- no
tendrán en el fondo más opción que afirmar que hay una raza de sujetos como yo que haga lo que haga siempre será incorrecto;
mi cuerpo lo es, una viviente e irrenunciable porción de incorrección, con un
aviso de hombre blanco heteronormativo sempiternamente clavado sobre mi frente.
¿Es esto algo más que la discriminación que arrancamos intentando evitar? Mejor
permítaseme ser un hombre blanco agudizado y atrapado en el cuerpo de un hombre
blanco que clama por salir, que ya con esa sola inconsistencia tengo.