Una breve excursión por el mundo de la filosofía que se hace en la universidad...y por qué se trata de un ejercicio poco saludable
(Este artículo es el mismo que Scribd y Arcadia publican bajo el título "Contra la Filosofía de Salón" y que no dejan leer sin pagar...acá va gratis)
Fui filósofo
académico por mas de 20 años, publiqué en revistas sin lectores pero indexadas,
le recomendé a los estudiantes ser rigurosos antes que creativos, insistí
rabioso que el pensamiento filosófico se agotaba en unos pocos problemas
técnicos que en ningún sentido debían injerir sobre la felicidad del pensador.
Para parafrasear los síntomas que Fernando Savater identifica con la estupidez,
lo hice poseído por un espíritu de seriedad, portador de
una alta misión, constantemente temeroso de los otros, impaciente ante la
realidad (cuyas deficiencias son vistas como ofensas personales o parte de una
conspiración), con mayor respeto a los títulos que a la sensatez o fuerza de
los argumentos, propenso a olvidar los límites de la acción, de la razón, de la
discusión en pos del vértigo intoxicador del propio carácter. En alguna parte
de su autobiografía intelectual Búsqueda
sin Termino, el filósofo de la ciencia Karl Popper afirma que sentía
vergüenza de decir que era filósofo.
Cuando miro
para atrás, me pregunto cómo pude haber creído con tanta convicción que ese
mobiliario mental era el único que llevaba a pensar significativamente. Pero no se me entienda mal; para mí la
filosofía aún es poseedora de lo que Bertrand Russell le endilgaba a la lógica,
una belleza fría y austera, a la vez profunda y sobrecogedora. Quién ha pasado
por la filosofía sabe que le debe toda su capacidad de penetrar en los
problemas por medio de argumentos, de darles la vuelta y hacerlos girar sobre
sí mismos como una tortilla sobre un sartén en donde los demás sólo se saben
atragantar. Alejarse de ella ha sido un proceso doloroso y gradual, no una
conversión cínica marcada por imposturas intelectuales. En realidad no me he alejado de la filosofía,
sino de una cierta forma de hacer filosofía; la filosofía académica. He dejado de
ver en la filosofía académica una ocupación lo suficientemente valiosa como
para transmitir la fuerza de la disciplina de la que se cree poseedora. Y sobre todo la he dejado de ver como un
ejercicio intelectual. Creo que es difícil negar que la forma en que estamos
haciendo filosofía ha privado a este capítulo del saber de su fuerza y de su
encanto.
Si he de
transmitirle correctamente al lector los motivos de mi decisión, será preciso
que le muestre desde adentro las dificultades que enmarcan el ejercicio de la
filosofía académica.
Comencemos por
lo que me parece más obvio, los problemas inherentes al tipo de filosofía que
hacemos. En su autobiografía intelectual, Rudolf Carnap anotaba una de las
tendencias que consideraba más perjudiciales para el desarrollo el pensamiento
filosófico, lo que el llama el neutralismo
histórico. Recordaba una tesis doctoral en que un estudiante había escrito
un estudio histórico de una conocida prueba de la existencia de Dios, la prueba
ontológica que se le atribuye a Anselmo de Canterbury: si Dios es el ser que
tiene todos los atributos positivos, bondad, justicia, ha de tener también el
de la existencia, de donde se llega a la conclusión de que Dios existe. El
problema que señala Carnap estriba en que “en
su opinión [la del estudiante], como
en la de algunos de mis colegas, la prueba ontológica no sólo tenía importancia
histórica –lo cual está fuera de duda- sino que también representaba un problema
que aún debía considerarse seriamente”
Había ignorado
que Kant mostró que la existencia no es algo que prediquemos. Es como si nos
sentáramos a considerar sesudamente si la Tierra puede ser plana. El ambiente
intelectual de las facultades de filosofía en Colombia hoy parece coincidir con
el que Carnap describe sobre la Universidad de Chicago hace 100 años en donde
se formaba en el estudio de las fuentes, con un respeto reverencial por el
papel que un pensador había jugado la historia. Los currículos de filosofía aún
están armados de esta manera: Presocráticos, Platón, Aristóteles etc. Cada
pensador se enfoca como parte de una historia que termina y estuvo encaminada
desde el comienzo para terminar en el filósofo sobre el cual uno diserta:
Hegel, Heidegger, Marx. Se trata de una visión historicista y que me gustaría
denominar siguiendo una expresión del famoso comandante de las fabelas de Río,
Marcos Camacho, infectada con el vicio
del humanismo.
En Colombia, el vicio del humanismo contrajo
matrimonio con lo que la primera generación de filósofos profesionales llamaron
una ‘filosofía concreta’, inspirada en ideas de Hegel y sobre todo de Martin
Heidegger. No hace falta que algún experto me recuerde la aversión de Heidegger
contra el humanismo…en Colombia la hemos obviado. Me inicié en la filosofía con
un texto de Heidegger. El primer
martillazo en la cabeza no era lo que debió ser, sino la aterradora exposición
a lenguajes ‘concretos’ como este:
«Sólo debe ser investigado
Lo-que–está-Siendo y por lo demás –nada;
Lo-que –está-Siendo solamente y –nada más. ¿Cuál es la situación en torno a esta Nada? […] La nada misma nadea.»
No le podré
describir al lector la indignación que causa entre los seguidores de un
pensador exponerlo de la manera en que lo hago. Pero cómo negar que se requiere
de una buena dosis de deformación profesional para ver en una afirmación así
algo significativo, coherente y que uno está dispuesto a defender.
Los tres
pilares sobre los que se apoya ese “humanismo
concreto”, si se me permite el eufemismo, son absolutamente perniciosos
para hacer de la filosofía una herramienta propicia para pensar algo que no sea
la filosofía. Por un lado, el pensar no se hace para cosa alguna, en segundo
lugar la filosofía es obligatoria y en tercer lugar, un punto indisolublemente
asociado con los dos anteriores, la filosofía permite desarrollar una visión de
mundo que es más que la del técnico o
el científico. Afirmaba el filósofo romántico Schiller que el materialista
nació para ser esclavo mientras que el idealista nació para ser libre.
Esta visión y
otras como ella han moldeado el perfil que ha tomado la filosofía y su
enseñanza en nuestro medio, cerrando de entrada las posibilidades de relación
de la filosofía con otros saberes. El humanismo
concreto le imponía a la filosofía una visión específicamente filosófica;
el filósofo debía desarrollar lo que los románticos alemanes llamaron una weltanschaung. La filosofía que hacemos está
impregnada de ello; implica desarrollar una mirada pura, exclusiva y sobre
todo, así de dientes para afuera se diga otra cosa, que no se debe contaminar
con otras minucias de la vida, como el sufrimiento humano, la felicidad o el
sexo. En un departamento de filosofía uno estudia lo que Platón dijo sobre el
amor, no el amor a través de Platón. Paradójicamente, en contra de toda la
traición Platónica y socrática en la cual la filosofía formaba parte del enorme
poder sugestivo y educador de la ciudad, la filosofía actual no se puede
mencionar al mismo tiempo con términos como “oferta cultural”…No me extraña que
de los seis filósofos que invité a participar en este debate, sólo uno se
interesó en hablar conmigo. Someter a debate el papel de la filosofía en
Colombia en un revista como esta, simplemente es algo baladí que no impacta en sus
currículos.
Las
universidades han jugado un rol preponderante en esta historia: no vale en su
escalafón profesional que un pensador publique en una revista para el público
general. Las formas de volver a trascendentalismos pseudo-románticos es compleja,
pero está viva. Si hemos de entender cómo la filosofía académica ha deformado
su disciplina hay que mirar brevemente la historia de estas instituciones
educativas. Cuando Darwin regresó de su excursión por las islas Galápagos, se
reportó no ante una universidad sino ante la Sociedad Geológica Real; en el siglo XIX eran los institutos los
que adelantaban la investigación. La universidad, que Von Humboldt definió como
un grupo de personas que se unían en torno a
la peculiar vida espiritual del saber, apenas si eran notorias. Según el
filósofo AC Grayling, fue en Alemania en donde las dos figuras, la del
instituto y la universidad, se unirían…primero en La Haye y luego en Berlín. El
nuevo modelo tuvo ventajas: ¿cómo concebir la educación sin investigación y
esta sin la anterior? Se exportó a las universidades inglesas, de estas a las
americanas, de allí al resto del mundo. El problema es que con el matrimonio
docencia-investigación, la idea de Von Humboldt de la universidad estructurada
en torno a la vida espiritual de sus participantes no sobrevivió. Cualquiera
con las credenciales para investigar lo podía hacer, independientemente de su
pericia, pertinencia o habilidad. La afirmación del filósofo G.E. Moore cuando
debió revisar la tesis doctoral de Wittgenstein, el famoso filósofo austriaco
que se dedicó a la jardinería luego de haber renunciado a una plaza en
Cambridge, pone en evidencia la partición que ya se daba entre el pensamiento y
la vida académica: “Esta es la obra de un
genio, pero por lo demás, cumple con los requisitos para obtener el título”.
En la
universidad Colombiana, que hasta hace poco asumió el modelo de del siglo XIX,
la situación fue desastrosa. Las universidades evalúan a sus filósofos con base
en cuántos papers ha publicado,
cuantas veces se ha citado. Para ser leído o citado lo menos efectivo es la
producción de textos escritos para los estudiantes que se inician en la
disciplina. En un medio que no cuenta con tradición investigativa, las
entidades de acreditación han favorecido la ‘investigación de punta’. Así, las
universidades invierten en proyectos alejados de la vida académica en los
cuales los ‘números’ con que se evalúan a sus ‘investigadores de punta’ salgan
a relucir. ¿De dónde se exprime el “jugo” para financiar esta investigación? De
las clases, de tal manera que la enseñanza se ve doblemente afectada en tanto
que se le priva de recursos, destinando fondos a una actividad que no la
retroalimenta. Fui profesor de los Andes por más de 17 años, el lector se
quedará atónito de descubrir que en la universidad más costosa del país fueron
muchas las veces que conté con cursos de más de 125 alumnos. Las ventajas de
las instituciones que combinan investigación y docencia se rinden obsoletas; la
academia con gran ingenio colombiano se
ha ideado la forma de batir el jugo sin revolverlo, desarrollando habilidad
para aprobar procesos de acreditación sin hacer lo que demandan los procesos de
acreditación. Bryan Magee, el divulgador
filosófico de la BBC y conocedor de la obra de Schpenhauer en un artículo
titulado Sentido y Sinsentido lo
explica así:
“Esperar
que los profesores universitarios de filosofía sean también buenos filósofos
sería cometer el error de pretender que todos los profesores universitarios de
literatura también sean buenos novelistas. […] Sin embargo en estos días en que
quien no publica perece, ¿cómo hace el resto para prosperar en sus carreras?
Pueden escribir sobre la obra de otros filósofos y ese es el camino que muchos
toman. Si se inclinan a producir ideas originales, pueden escoger un área que
no haya sido muy trabajada en donde casi cualquier cosa que digan se convierta
en una contribución”.
Pensar que se
forma en filosofía creando personas capaces de
publicar en revistas indexadas es tanto como creer que haciendo cantar a
los grillos se pone el sol.
A lo que
apunta Magee es a un problema en la academia mundial, que es la
hiperespecialización. Así, en Colombia no es extraño encontrar filósofos que el
credo de filósofos románticos del siglo XIX como si fueran la verdad revelada o
a demostrar que en la teoría de las ideas de Platón en realidad no hay una
teoría de las ideas. Conocí filósofos de inspiración religiosa que se aprendían
Foucault literalmente de memoria. Las opciones para un académico que se inicia
son claras, o la oscuridad o la especificidad; nada de contribuir a formar en
filosofía o cualquier otra disciplina desde los rudimentos. Es por ello que no
tenemos en filosofía divulgadores. A las universidades no les interesa esta
figura: esta cosa etérea y difusa llamada conocimiento es de su incumbencia
tanto como lo es la nutrición a los restaurantes. George Orwell en 1984 solía decir que entendía el cómo de
un absurdo, pero no el por qué. El que crea que la academia es el último eslabón de
un grupo de personas racionales y honestas dispuestas a sacrificar su vida por
el conocimiento con terquedad socrática está dispuesto para una sorpresa.
Claro que el humanismo concreto no es la única forma
de filosofía que hacemos; existen dos grandes tradiciones en la disciplina.
Solía explicarle este punto a los estudiantes mostrándoles la Escuela de Atenas de Rafael. En la mitad
de este cuadro, Aristóteles y Platón aparecen de cara al espectador; el último
señala el cielo, Aristóteles parece hacer un gesto que abarca el planisferio
del mundo, un recordatorio de que el mundo es este, y la filosofía es de este
reino. En Colombia hay una corta pero persistente tradición de esa segunda
filosofía. Claro, no es sólo Aristóteles, los americanos han desarrollado una
visión semejante desde hace años gracias a su influencia pragmática enriquecida
por pensadores que tuvieron que abandonar Europa durante la persecución de los
nazis. Richard Rorty, uno de los herederos más notorios sostiene cosas tan
sensatas como la siguiente:
“Dentro de una cultura literaria, la religión y la
filosofía se presentan como géneros literarios. Como tal son opcionales. […] La
diferencia entre las lecturas de los intelectuales literarios y otras lecturas
de esos mismos libros es que el habitante de una cultura literaria trata los
libros como un intento humano de satisfacer necesidades humanas en lugar del
reconocimiento del poder de un ser que está más allá de esas necesidades”
No hay nada específico de la
formación filosófica que no haya en cualquier otra forma de aprendizaje
literario. ¿Por qué iba a ser de otra manera? Al humanista concreto le duele profundamente reconocerse como parte de
tal mundanidad…¡tú te leíste unos libros y yo otros! ¿Y acaso qué mas hay?¿La
lectura de Kant forma una visión de mundo más específica y escrupulosa que la
que pueda haber en un Dostoievski?¿Realmente los filósofos somos tan especiales
e imprescindibles como nos creemos? La filosofía quizá no haya que pensarla
como una materia, sino como una comunidad cuyos límites son tan fluidos como
los intereses de sus miembros.
Este sin
embargo es un camino que lo conduce a uno a través de la filosofía y de salida
por ella. Wittgenstein sostenía en esa tesis que Moore revisó que quien hubiera
comprendido ese libro debía arrojarlo. El filósofo de la ciencia Moritz Schlick
afirmaba hace casi 100 años que la filosofía era una actividad, no un conjunto
de teorías. Tal vez esos enunciados no estaban hechos para que nadie se los
tomara tan en serio como para abandonar la filosofía académica; justamente lo
que yo hice con aún otro ápice de inspiración a lo Savater. Todos sus enunciantes fueron en un momento filósofos
académicos. Lo que sí es cierto es que con estas ideas se abre un panorama que
no teníamos desde los tiempos de Bertrand Russell: volver a permitir que la
filosofía se permee de la labor intelectual y se relacione con otros ámbitos
del saber. Si la filosofía sólo fuera el humanismo
concreto o un trabajo técnico consistente en un complejo conjunto de
instrucciones para leerse a ella misma, para mí no tiene más interés que el que
hay en una sugerencia emotiva o en un manual. El peligro de concebirla de esa
manera es que le hemos dejado la ardua labor de pensar la realidad a quien no
tiene un entrenamiento formal en conceptos y categorías; a los periodistas, a
los pastores o peor aún, a los abogados.
Pero la
filosofía tiene la enorme facultad intelectual de la honestidad radical, una
que raya en la circularidad propia de la autoinmolación, porque para sostener
todo esto, para decir lo que hemos dicho, todo el tiempo hemos estado haciendo
filosofía. Claro, no de la que le resulta redituable a la academia.