Debido a la persistencia de diversos tipos de sonidos,
similares al golpear de dos medios cocos huecos, provenientes del piso inferior
de mi apartamento, he llegado a la conclusión de que mi vecina Camila tiene un
pequeño caballo que anda suelto detrás de ella. Por la intensidad y brillo de
sus pisadas, infiero que ha de ser del tamaño de un perro mediano, de cascos de
unas dos pulgadas a lo más, una extrañeza veterinaria admirada y deseada por
los zoológicos.
Constantemente, la acompaña de un lugar a otro…a veces
afanoso y preciso; en otros momentos bucólico cuando en la tarde el Sol se
presta para uno o dos sorbos de vino. En las noches lo he escuchado dar vueltas
ebrias en torno a un punto, círculos desvencijados luego de los que debe votar
una pata al lado para no caer, lo cual me llega como un estruendo que
interrumpe los ciclos y me hace regar el café. No hay duda de que ello es
distinto al paso resuelto, casi militar con el que toma la rienda de la
situación y acompaña a Camila a regar sus flores, quedándose quieto en
silenciosa expectativa. Tampoco se equipara con la marcha de desfile de los días
de aseo, ni con las correrías que se siguen de los toques en la puerta,
iracundos de curiosidad, ansiosos así sólo sea para repetir los números del
contador de la luz. Es una criatura curiosa, este caballo. No creo que sus
crines den para hacer trenzas, que sea capaz de comer una zanahoria o una
manzana más que a pedazos…y ni soñaría con que el hombre haya montado alguna
vez a alguno de su especie. No se le oye rebuznar y sin duda su cola ha de ser
muy pequeña para espantar a una mosca respetable. Pero su fisionomía, así lo
quiero creer, es la del equino; su boca en ese absurdo gesto del caballo común,
parece indentada en la cara y tiene algo de humana, como todo caballo
respetable. Su olor debe ser el del cuero y la silla, y como cualquier caballo heroico
es capaz de perderse en un atardecer si tan sólo lo deseara.
Cada 28 días, Camila exhausta o adolorida por las faenas
cíclicas de su cuerpo se acuesta en silencio. La escucho cuando los goznes de
las puertas resuellan suaves y cansados al final de la tarde, o adoloridos y
rápidos en búsqueda de un analgésico en las mañanas grises. El pequeño equino
alojado sobre sus patas traseras la acompaña y ve sus programas del tedio sin
comprender imágenes coloridas de la pantalla. Así Camila se haya quedado
dormida, apoyado sobre sus cuartos traseros, los cascos en recta disposición
hacia adelante, sigue siendo fiel al programa obliterado, dando una ocasional
mirada a su ama.
En días de tedio, cuando Camila está activa, mueven
enormes montículos de piedra caliza o ladrillos contra los que el caballo debe
enfilar, imagino, su escuálida frente para empujar con los cuatro cuartos. O
sueltan sobre el piso una enorme esfera de metal que rueda hasta detenerse con
un pequeño estruendo contra las paredes, tarea en la que el equino debe
limitarse a observar dada su falta de manos para levantar y dejar caer…todo sólo para terminar a las carcajadas. Aunque debo confesar que no
escucho ningún tipo de risa que acompañe el inexplicable ritual, y esto me
obliga a preguntarme qué logran con ello si no fuera un divertimento: ¿acaso una
competencia, un deporte? Bien pudiera tratarse de una de esas cosas que se
hacen simplemente porque sí, como apretar una bola de espuma en la mano o sobar
una gema engastada sobre un anillo.
Claro, todo esto lo supongo, pero no de manera gratuita. Con
especiales evidencias lo afirmo a partir de los silencios, los giros minuciosos
en la cama, el avivado golpeteo y los espacios en los que simplemente no hay
nada. Por lo demás, ignoro qué tipo de relación tienen. Cuando mi vecina llega con compañía, el pequeño
caballo parece danzar en brincos antes de silenciarse estremecido para ser lanzado
a la habitación contigua en el momento culmen del amor. Nada más quisiera -y
todo esto lo conjeturo- que poder ser parte de lo que oye desde afuera como
cabalgatas legendarias, rítmicos atropellos que le recuerdan la dureza de las
planicies y la suave dulzura de las gramíneas.
Es intrigante, este caballo. Por sus actitudes, no
pareciera estar plenamente consciente de su condición de équido hervíboro y
solípedo. En ocasiones -he escuchado todo-, mi vecina, ya vencida por los tragos
-que no se requieren muchos- se echa a las carcajadas en el sofá, con un
prodigioso whisky en la mano. Por los temblores, rápidos y rítmicos que se
siguen invariablemente a este hecho, supongo que el pequeño equino ha
terminado bañado en un Jack Daniels y se sacude con paciencia y conspicua
perfección. Lo imagino todo menos molesto con el acto, lamiendo el dulce sabor
del maíz tratado con humos de maderas del norte. Todo caballo recuerda el
norte, una leyenda escrita en el fondo de sus reminiscencias ancestrales y por
ello el equino saborea el Whiskey con gusto. Pero he ido muy lejos en mis
destellos y proyecciones y quizá deba atenerme a lo que sé.
Sé que hace días no lo escucho…ha de haberse marchado
exhausto, en la rítmica partida del fracaso. Los equinos tienen un paso preciso
para cada situación y de seguro no ha de ser esta la excepción. Me gustaría
pensar que ha encontrado otra dueña…no que habita solitario en un hotel en
donde no puede hacer ruido luego de las 8 pm. Quiero pensar que aún no
comprende el conflicto, el suceso, el fracaso ni la fama. Que ha resumido su vida
después de Camila, que ha tomado la opción de unirse a un circo respetable,
demos por caso, en donde sus talentos para seguir, o simplemente para ser un
equino diminuto de proporciones precisas, son altamente apreciadas al punto de
hacer irrumpir en el aplauso. Tampoco descarto que regrese, cargado de mundo,
habiendo probado el centeno en otras planicies. Quizá era lo que deseaba, lo que
requería su talla, su complexión y su compleja fisionomía, porque estoy seguro
que ser un caballo que sigue con distinta precisión, sin soltar un solo quejido
o siquiera requerir amarres y enjalmes, ha de ser una tarea mucho más engorrosa
y difícil de aceptar que la de ser un caballo de tiro.