A
veces se me antoja como una pequeño manubrio, dos manijas y una tercer
inoficiosa; la letra E mayúscula parece algo visto desde arriba. La estimo como
una letra digna de los caligrafistas chinos. No sé si sea
cierto, pero algunos dicen que es un pictograma que se le escapó a los antiguos
egipcios e hizo cómodamente su nicho entre los alfabetos fonéticos: la letra E era un papiro, sus dos empuñaduras, la de arriba y la de abajo y un índice.
Su
versión minúscula en cambio me parece un hombrecito de buenas maneras, sentado
y peinado en una visita entrañable. No todas las e’s minúsculas son así de
formales, unas parecen rodar sobre sí mismas llevando siempre afán en la
misma dirección.
Es
una letra curiosa, esta la e minúscula, tan moderna como la arroba, pero tan
antigua como el circulo. Tómese nota de lo poco pendenciera que es
la letra e: considérese esta tarjeta que me fue entregada el otro día:
Doctor Ricardo Navarro
Estomatólogo
Sin
duda un hombre alzado en escuderías enteógenas. El doctor Ricardo, que nadie lo
llame un odontólogo. La e le ha hecho el favor al buen doctor de darle la dignidad
de la estoma, de lo eneagónico. Sus pacientes, con bocas entreabiertas, se
encantan de las maneras verosímiles del doctor, elevando sus encantos,
entonando sus entelequias. Un hombre que que
aumenta el énfasis de la edulcorada vida de los epigastrios entiesados por elusivas
epifanías.
Que eufónica
es la e, abierta, franca, como una tonelada de mantequilla, poco oclusiva o
abigarrada, como una tarde de miércoles, como los erradicados o los enfiestados. En los
estatutos hay enmiendas, y los endebles estamentos tienden a ser erradicados;
enhiestos endocrinólogos enaltecen la especialización de los espermatozoides.
No se le culpe, a esta, la letra e. Errar de humanos es. Porque esta, la letra
e, es la más antropoide de todas las grafías; su voz sin proponérselo, como la
de un violoncelo suena como la de los seres que la crearon: entonada.