Publicidad IBM 650, circa 1953 |
Hace unos
diez años, tal vez, cuando fui profesor en esa institución, la Universidad de
los Andes desarrolló un chip colombiano. Asistí a la charla con uno de los
ingenieros que lo diseñaron: «Los planos
del chip, los solos planos son del tamaño de una cacha de fútbol». Alguien
preguntó que si de fútbol normal o de microfútbol, «De fútbol normal…» respondió meneando la cabeza como Mussolini y
todos nos quedamos aterrados. Pero el chip se conseguía ya en Unilago porque
era un modelo viejo de tecnología replicada. La Universidad de los Andes lo
fabricó para demostrar que lo podía hacer… y que los planos eran del tamaño de
una cancha de fútbol.
La charla
fue en el edificio ‘W’ de ingeniería. Cuando entré a la Universidad en 1986 ese
sitio era una especie de catedral de la computación. Albergaba un IBM 650 y
luego un 1440. El 650 fue mi único atisbo del futuro en la Universidad. Siendo
estudiante me metí por accidente en la habitación que lo hospedaba con una
papeleta blanca que me permitía retirar una materia. En el ambiente había un
rumbido antinatural pero suave que recordaba que se llevaban a cabo procesos,
el aire tenía una carga a limpieza forzada, a plástico y superconductor y
reinaba el silencio algorítmico que hay en la mente de Hal de 2001 Odisea del Espacio. De alguna parte
salió un estudiante en bata blanca y me preguntó qué hacía yo ahí. No tuve
tiempo de explicar mi conflicto de materias cuando me dijo con toda fruición
que yo no debía estar en ese lugar al tiempo que me empujaba hacia la puerta
como si fuera un recluta nuevo que por accidente entrara en el cuarto donde ocultan
los cuerpos extraterrestres rescatados en Roswell. Pero yo alcancé a ver esos
cuerpos: tres enormes mamotretos que servían para perforar tarjetas, sólidos
como las máquinas tipográficas pero con los colores de los Jetsons; una cuchara muy elaborada para alimentarnos
con algo que podíamos coger con la mano. La Universidad hubiera preferido por
lejos mi muerte a un rasguño en el 650, me hubiera alimentado a la máquina si
así el 650 lo hubiera pedido, como a Pele en Hawái se le ofrece una virgen de
vez en cuando:
«Alimentarme
con gordo intruso…»
«¡Pero
650, no podemos, es un cliente!»
«650
querer a gordo hoy mismo, ¡HOY MISMO!…»
Años más tarde compré una partecita de esa
mente artificial que vendieron como souvenir, un panel al que le colgaban un
amasijo de cables rojos y azules que se retorcían en lo que se me antojaba como
una serpiente decapitada y lo puse en la sala de mi primer
apartamento…simplemente para ver quién reía de últimas.
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