Los restaurantes paisas son sitios de
pesadilla ontológica. Cada vez que voy pienso en la Luna; ‘Ahhhh, magnífica desolación’ decía Buzz Aldrin, el segundo hombre
en pisar el satélite, sus primeras palabras mucho menos pomposas que las de
Neil, más de americano en vacaciones. Mientras mastico un chicharrón encerrado
en esas casitas de bambú, paraíso de ensueño a lo Hansel y Gretel en la mitología de los niños pandas, miro al
techo a una botella de cerveza que pende sin abrir, como un action figure de Star Wars en la cual flotan ingrávidos sedimentos
innombrables de barro del pleistoceno, y es entonces cuando pienso en lo mucho
que me gustaría poder decir ‘Ahhh,
magnífica desolación…’.
¿Acaso qué esperaban encontrar en la Luna?
¡Rusos! Responde el Almanaque mundial de 1966, escasos tres años antes de que
llegara Buzz. Pero no ha de considerarse una broma, no esperaban descubrir
desolación, sino riquezas inenarrables en el satélite pálido. Cito Almanaque
Mundial 1966, separata especial sobre ‘Astronomía’, por aquello de lo
interesante que estaba el espacio en esos tiempos:
«…el profesor Samuel Tolansky, del Royal Holloway College
de la Universidad de Londres cree que la superficie de lunar puede estar
cubierta por una capa de diamantes, en la cual podría enterrarse hasta los
tobillos el primer astronauta (norteamericano o ruso) que allí llegase. […] En
un artículo del Science Journal, el profesor Tolansky dice que la “capa de
polvo” que muchos científicos opinan que cubre la Luna, puede muy bien ser de
diamantes. Estos habrían sido formados por el impacto de los meteoritos a
través de los siglos. La variedad de diamantes sería de los negros que, aunque
no tienen aplicación como joyas, son altamente valiosos en la industria»
Hay
una cosa incitantemente y hermosa, sin embargo, de la idea de Tolansky. Para
darle esa pisca de credibilidad a sus diamantes, el profesor advierte que no
son de los de poner en un anillo, cosa que hubiera sido altamente rentable y
frívola como los cuentos de hadas. No, son pálidos y grises, como la vida. El
mundo es ese lugar un poco decepcionante y lo real suele ser poco traslúcido:
es la madurez.
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