El destino de todo texto

El destino de todo texto
Aldous Huxley "Si uno es diferente, está condenado a la soledad"

domingo, 30 de enero de 2011

Me piden de Bakánica que describa mi última cena; acá va mi fantasía gastronómica

La última cena de Roberto el Tártaro


De entrada, unas empanadas, pero no de las de cáscara dura, sino las que son como unas bolsitas de arroz con carne envueltas en pan frito, porque no hay nada en el mundo, en ningún lugar del ancho imperio como la empanada. Encierra un universo. Aún así, la empanada no es más que un vehículo para el ají, un débil medio de contraste como dirían los radiólogos. Entonces tenemos esto; empanadas de pan -bueno, bueno, de las crocantes también- bañadas en ají como Alexis Carrington en un baño de burbujas, como la carne se desparrama sobre un gordo. Pero esa ha de ser la entrada. Siempre he soñado comer como un Visigodo, con una daga, empujándome lonjas de jabalí de temporada mientras danza una prisionera gala –puede ser con la acepción que a la palabra ‘gala’ se le da en Cali; una ‘gala, papá’-, y que sea una danza que implique algo con el ombligo. Yo estoy tirado en una litera de piel de oso y la gala baila mientras yo me río y me empujo lonjas…sí, eso es. Pero no me distraigan. Yo me río, a veces aplaudo y la lonja de Jabalí se me sale de la boca, me enfurezo pero la barriga no me deja y sin que yo me dé cuenta un sirviente me trae más jabalí en una daga y me la pone en la boca. De un momento a otro dejo de reírme y arrojo la daga porque me he enamorado de la Gala. Ahora es ‘Gala’ con mayúscula. Claro, antes de tocarla, quiero que todas las condiciones de asepsia sean perfectas. De un grito, viene una joven muchacha llorosa, bellísima, con cuyo pelo me limpio las manos de la grasa del cerdo. Me acerco a la Gala y ella acepta mi amor, ante el silencio tenso de los invitados a quienes podía haber mandado a degollar en caso de una respuesta negativa de la voluntariosa muchacha. ¡Qué siga la música! Todos golpean la mesa con las cachas de sus propias dagas. El único que ha muerto degollado por mi propia mano ha sido un trémulo y amarillento invitado del Tibet que se atrevió a ofrecerme un apio cuando volví a mi puesto. Luego de esto sí viene la comida. Pero antes más empanadas.

Fuentes de costillitas bañadas en salsa tártara con papas sabaneras hervidas en salitres, salpicadas acá y allá por una que otra rellena y delicadas longanizas de cordero del reino vecino de Sutamarchán adornan las mesas; de las cientos de lámparas de la recámara cuelgan salamis húngaros, especialmente el de Zenú. Cada vez que paso, lamo uno. Hay torcaces, tórtolas que hacen el relleno de un buey que lentamente gira y se cuece sobre las brasas; gansos, patos y liebres en salsa garum. Para algunos débiles de corazón se han dispuesto espaqguetis carbonara y pollo de un distante lugar llamado La Brasa Roja, pero yo lo permito porque soy un monarca generoso y amo a mis gentes. De lejanas tierras se me acercan emisarios con nuevas culinarias que se llaman Hamburguesas de Burguer King. ¡Otro rey como yo!, pienso y la pruebo; por un momento me sorprendo con el sabor, aunque le arrojo los restos encima al mensajero que aún no se ha parado de su gesto de reverencia. Mientras camino, todo el tiempo escupo los huesos de aceitunas de piel negra y brillante como el ébano pulido, pico salchichas aderezadas con pimienta y ciruelas y sorbo grandes cantidades de vino griego de Qios de un vaso metálico y remachado…

Mis invitados: ehmmm, no sé. El hermano de Ratatouille tal vez. Pavarotti, Boris Yeltsin escanciando el vino; Enzo Molinari, el tipo de Azul Profundo que no era un mimo, congestionado a punta de espaguetis de la Máma. Me encantaría ser testigo de Joseph Ratzinger empujándose unas guevas de caviar Beluga con esa meno llena de anillos pontificales; amaría ver a Monseñor Rubiano haciendo guerra de pastel con los cantantes de Loco Mía, a las Spice Girls acostaditas desnudas en una paella.

Pero termino este ejercicio porque de la hora del almuerzo real que se acerca no se puede esperar más que el corrientazo con cebada perlada y sopa de ajiaco, garbanzo y acelga toda amontonada sobre una carne de semoviente digno de Monster Quest, breve como la dicha y dura como el caucho Sol, aderezada con una ensalada que no sabe nada de aderezos, sobre dos tajadas de maduro largas como la nostalgia y grasosas como la sonrisa de un payaso, engastadas sobre un molde de arroz con un inexplicable hueco humeante en el centro. Y temo que está sí sea comida de verdaderos bárbaros.

Roberto Palacio F.

3 comentarios:

  1. Estimado profesor, sin duda, que usted es un hombre que se le esconde a la literatura, dictando a huidizas, clases de filosofía. El final de su relato no fue como el que esperaba. No se porque H1JV3PV7A5 olvidaste nombrar a HARRY SASON preparandole a Uribecoca Julianas Ubérrimas de babillas criadas por el Dr. Salvatore Mancuso Gómez, acompañados de expectoraciones tuberculosas. Pene de búfalo sanandresano, asado a 3/4 para doña Lina Moreno, o, aderezado de rellenas de sangre de rinoceronte para el vicepresidente Corruptellino Garzón?
    Disfruto leyendote y quisiera que la semana tuviera 7 lunes...Cordialmente Sixto Alfonso

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  2. Exceso de calorías y carbohidratos; como toda comida colombiana que se respete.
    Mery

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  3. Qué cosa tan chistosa.

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