para Margarita Posada
(Parte 1)
En algún capítulo de Seinfeld, Kramer ingresa
al mundo corporativo “por él”, no por el dinero…por él, por la felicidad, sin
ganar un céntimo, sin tener ni idea de qué es lo que hace, señalando curvas en
tablas y redactando informes demenciales. Antes veía un mar de diferencia entre
esa absurda historia de Cosmo Kramer y la mía…ahora creo que son lo mismo. Al
igual que Kramer, a veces no sé lo que hago en este terco propósito de escribir;
a menudo me tomo la cabeza con las dos manos y me pregunto para dónde diablos
voy y me recuerdo que esto lo estoy haciendo “por mi”.
Quienes me conocen piensan que en ello hay
una honestidad asombrosa, una toma de posición privilegiada ante la vida que en
caso de que les fuese dada la oportunidad de volver a vivir la propia como en
una versión de vacaciones, sin duda harían lo mismo. Pero yo estoy acá, en esta
vida, que nada tiene de vacacional, con las cuentas y el colegio de mi hija que
vale lo que hubiera podido costar la educación de Alejandro Magno con
Aristóteles, estallándome en la cara mientras ensayo esto y aquello, poniendo a
prueba algo que no conozco mejor que otros, como si el destino me hubiera
nombrado el cuidador de un tigre o el custodio de un ridículo anillo que sólo
me sirve a mí y sin estar en una novela de Tolkien. No sé cómo se hace;
escribir es algo que en esencia es imposible, pero que alguna gente se ha
ingeniado cómo hacer, como sobrevivir a caídas de aviones o a naufragios. Cuando
a mi hija de cuatro años le regalé un disfraz de la Mujer Maravilla lo vistió
de inmediato, se encaramó por las paredes, brincó de mueble en mueble y al día
siguiente se levantó entre exhausta y derrotada con la corona torcida sobre la
cabeza y le confesó a mi hermana que había perdido sus poderes. Me sucede;
amanece y me doy cuenta que he perdido mis poderes y que todo lo que había
hecho el día anterior vuela en un torbellino de derrota y agotamiento al tiempo
que tomo conciencia de que no era más que brincar de mueble en mueble y subirme
por las paredes.
Ensayando. Chesterton hizo toda clase de
regodeos con la palabra. Ensayo a diario, como si pudiera poner a prueba los
límites de la realidad. En verdad no hay nada heroico en ello y más que una
elección radical ya me veo atrapado en ese vaivén y serpenteo del ensayo que
Chesterton tenía por su mayor virtud. Se hace diametralmente claro que no sé lo
que hago cuando se me pide que escriba algo; sobre la comida sana, historias de
otros, sobre cirugías y masajes, textos para médicos en revistas médicas, diatribas,
sueños de pornografías con mujeres que no deseo en realidad. Me cojo la cabeza
y me doy cuenta que he perdido mis poderes; nunca los tuve en realidad, sólo
andaba dando saltos con el tigre y un maldito anillo. No me atrevo a vender
seguros, o suscripciones o limones si viene al caso, simplemente porque no toleraría
andar de un lado para otro ofreciendo una propuesta de vida o de muerte con
pretensiones de superhéroe, aunque lo he considerado a menudo. No soy burócrata;
desconozco del todo las interacciones de la vida del día a día en una oficina,
no entiendo cómo operan las dinámicas de
ascender en un grupo social, no sé como hacerse más fuerte y aparecer de
repente con un poder insospechado, no sé cómo se felicita en su cumpleaños al
que se indica en la cartelera de la empresa; entiendo poco cuando me dicen que fulanito
es realmente realmente muy bueno en el tema del derecho comercial, o en
planeación estratégica. De hecho, los abogados en mucho se asemejan a los DJ’s;
siempre son lo “mejor” en algo. Me imagino que será tan abstracto como para
estos el que les digan que menguano es realmente realmente un buen prospecto de
escritor, que promete. No quiero decir
que me parezca más natural su forma de vida que la mía, sus angustias que las mías
o que sepan más o menos que yo. Lo ignoro; no sé si hay genios de la industria,
magos de las ventas, gurúes del negocio inmobiliario. Me imagino que sí. Pero hacer
dinero no me parece ninguna genialidad, ninguna, como perderlo porque quienes
más lo hacen son quienes lo derrochan. No niego que quisiera desentrañar el
secreto como todos y poder tener una casa desde donde escribir viendo las
desoladas planicies y los arboles que lentos se mueven mecidos por el viento
con las luces de la ciudad que se cuelen por entre el follaje. Pero con mis
poderes se han esfumado también, mucho me temo, esas posibilidades.
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