La de Ricaurte es tal vez la fábula más patente de
tergiversación histórica y el primer falso
positivo de Colombia, un drama
inventado por Bolívar, que él mismo reconoce como tal: el héroe que antes de
permitir que la pólvora cayera en manos chapetonas le prende fuego deponiendo
su vida por la causa. En Bucaramanga le confiesa a Luis Perú de la Croix:
«Ricaurte figura en la historia
como un mártir voluntario de la libertad; como un héroe que sacrificó su vida
para salvar la de sus compañeros y sembrar el espanto en medio de los enemigos.
Pero su muerte no fue como parece. No se hizo saltar con un barril de pólvora
en la casa de San Mateo. Yo soy el autor del cuento y lo hice para entusiasmar
a mis soldados, atemorizar a los enemigos y dar una idea más alta de los
militares granadinos. Ricaurte murió el 25 de marzo del año 14 en la bajada de
San Mateo, retirándose con los suyos. Murió de un balazo y de un lanzazo y lo
encontré en dicha bajada tendido boca abajo, ya muerto…»
¿Por dónde comenzar a explicar todo lo que evoca
este pasaje? Pobre diablo, Ricaurte, un Juan Lanas como nosotros, martirizado
más allá de lo que pudiera recrear su loca imaginación. Una miserable lanza, un
balazo que ya con eso tenía a mi modo de ver para ser adorado…y terminar pegado
al piso como una mariposa atravesada por un alfiler, elaborando un complejo
mito sobre el vuelo; ser herido cuando se retiraba. Y Bucaramanga; una ciudad
para confesarse, porque no para el sexo se iba en ese entonces, ni hoy. Ahora
considérese el tenerse que memorizar esa insufrible letanía de la historia de
Colombia. Tampoco Ricaurte se fue jamás de San Mateo, pero se desperdigó en mil
pedazos, se fragmentó simbólicamente y se fundió con un paisaje mientras
intentaba salir con los suyos. Cómo no terminar pensando que todos somos
Ricaurte. Si pudiera una historia ser completa y acabada, falta que el día 25
del año 1814 cayera un domingo.
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