Nadie ama más el dinero que los hippies viejos; Paul McCartney, Benjamín Villegas, Andrés Carne de Res. La pregunta que a menudo nos asalta, ¿qué se hicieron los rebeldes melenudos de los sesentas y setentas? tiene una respuesta sencilla. Los que ya no viven con sus papás se dedicaron a hacer plata.
Muchos se
tornaron a las corporaciones. En su juventud juraron que no tomarían Coca-Cola,
no que no trabajarían en ella. El nicho de la estructura corporativa constituye un caldo de cultivo en donde el amor nunca se acaba. ¿Acaso en dónde
más puede uno creer que la felicidad se destapa, ahora sin fumar marihuana cuyas
semillas nos hacen levantar al baño en medio de la noche, sino es al lado de un oso polar? Una vez superada la impudicia inicial, los hippies se
entregaron a la felicidad corporativa, a su proacción, a su entusiasmo, a su
forma de vida fácil y bien remunerada en donde la esposa se puede dedicar a
tomar vino en la casa y a hacer piezas de cerámica incomprensibles mientras el
marido va a reuniones en donde una y otra vez se habla sobre ’lo que somos’,
‘qué nos define’. La actitud cambia el mundo.
Quiero que se
me entienda bien; algunos creíamos en los Hippies. Yo confiaba en Carne de Res.
Detrás de los servilleteros hechos de tapas de cerveza, de los anillos de
abrazaderas de 3/4 y toda la chuchería creía ver una filosofía. Luego de que Andrés hablara en esos términos tan
bogotanos sobre la niña violada, en los mismos que uno se queja de que los
obreros en la vía a Girardot no están haciendo nada, me rompió el corazón. Conservo la esperanza de
que cuando se oyó a sí mismo se dio cuenta enseguida que sonaba igualito a su viejo. Pero
la admiración perdida es un viaje sin regreso; detrás de la chuchería, lo supe,
había la sórdida pesadilla ontológica del restaurante paisa y todos sabemos que allí germina el comino, un condimento que es al hippie lo que el ajo a los vampiros. Si Andrés le hizo concesiones al Triguisar, en mi personal imaginario colectivo ya no lo podía catalogar como un legítimo existencialista criollo.
Al igual que
Pachito Santos cuando propuso la electrólisis como medio de control social -otro
hippie viejo peinado tercamente con cuerno de buey modulado por un cerrero corte
de ‘hongo’ en una alegoría estrafalaria de sus metamorfosis ideológicas-, don
Carne de Res tuvo que salir a pedir perdón por la televisión o algún medio castrante;
el viejo Hippie se había convertido en un Hippie CEO y en mi alma ya no era diferente al presidente
de ENRON, Ken Lay, cuando salió esposado o a Rupert Murdoch chuzando llamadas
que ya no entiende. Ni siquiera el saber que ha instalado en su avión personal
una chimenea funcional y que juega golf con su vieja camiseta del Ché ha
borrado de mi mente esas palabras espantosas. ¿Por qué nos decepcionaron los
Hippies? Algunos crecieron; de nadie se extraña su lado irresponsable como de un hippie viejo. Llevan sus contabilidades maniacas como una
placera vietnamita, y si fuera por ellos (y no dudo que hay quienes lo han
hecho) se auto-practicarían cirugías de cerebro en el baño sosteniendo en una mano un espejo y en la otra un vademécum.
Cuando era
niño mi papá solía conversar con mi mamá acerca de hombres que se habían tomado
la mitad de una finca y sus hijos que se fumaron la otra mitad. Yo no podía
entender, no me cabía en la cabeza cómo alguien se fumaba una parcela, cómo
metía una fanegada entre un papel de arroz y lo encendía…qué tan profundo
cavaba uno para decir que se la fumó. Crecí con la esperanza de conocer a esa
gente excelsa que aspiraba inmuebles. La fortuna sólo me permitió conocer a sus
progenitores dipsomaniacos que se sorbían terruños enteros. Ahora mi sueño está
hecho añicos porque sé que se fuman sus propios inmuebles y no caen en la
desgracia; no les toca volver a vivir en la casa de los papás. Tal vez podría
admirar a Carne de Res de nuevo si su historia tomara un giro hacia la tragedia
decadente de vender los cubiertos robados de la casa de la mamá en Teusaquillo
y no el aire triunfal del hippie Benetton, servido de una marca hecha a su
medida: ¿ropa de mundo Pielroja?
La carne lo ha
vuelto agresivo, sin duda es eso. Cuando matan a la res todos los químicos, y
todo lo que no es natural inunda las vías del animal…y uno se come todo eso.
Creo que Andrés debe volver a la cambucha, a la vida sencilla, a un nuevo
paradigma que le permita renacer (tal vez
rebautizarse Andy ó Baby Beef)…volver a tirar esos leños pesados en la
chimenea de su Lear Jet mientras por los audífonos que se conectan a las
coderas suena Violeta Parra y Morrison y Fleetwood Mac. Y para parafrasear los
gritos libertarios de los sesentas y setentas, por favor ni un paso más hacia adelante, todos hacia atrás
porque en este mundo pocos hay más fanáticos e intolerantes que los conversos
al insufrible misticismo del dinero.
Roberto
Palacio
jueves, 21 de
noviembre de 2013
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