Durante
toda mi vida de adolescente y de adulto escuché el comercial de La Fina, la
margarina, la preferida en la mesa y cocina, con tostadas, con galletas o con
pan. Se repitió al infinito, el mensaje no solo nos llegó, se hizo una voz
interior que tal vez airee en el momento de la muerte de cada colombiano cuando
la vida se nos escape, una canción pegada que para algunos será la eternidad,
inoportuna, como una de las moscas de Manzur.
Cuando
cayó el Space-Lab del cielo en 1993, los receptores del aparato se activaron
con el golpe y el comercial de La Fina sonó mientras se hundía en el lejano pacífico
solitario; cuando se hizo el primer ensayo antes de la detonación de la bomba
atómica similar a la de Nagasaki en Alamogordo, Oppenheimer relata que mientras
el conteo regresivo restaba segundos, no se pudo apagar un receptor que
transmitía la suite del Cascanueces de Tchaikovski que sonó durante la
explosión: pero sostengo que en realidad era el comercial de la Fina. Cuando se
hundió el Titanic, entre los restos sólo encontraron un viejo radio de tubos
que flotaba en las aguas y se dice que emitía ininterrumpidamente el comercial
de la Fina en el inglés de la Reina: “The
Fine, the preferred on the table and with wine, The Fine everybody likes it
instead, with toast, cookies or with bread…”. Fue preciso azotar el radio
con unos remos para que se silenciara…dicen algunos.
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